(Primera Columna publicada el 28 de abril de 2007)

Don Vittorio Zerbbera (con zeta y be grande, doble), doctor en mafiología, regresó antes de la mañana de Sicilia, donde dirigió un congreso sobre “La guerra sucia en las elecciones de Yucatán”. Delegados de los principales institutos políticos del orbe externaron su interés y comprometieron su asistencia con tanta anticipación, que fue rebasado el cupo y hubo que colgar a la entrada del vasto salón el aviso de “localidades agotadas”.

Hombre que no se anda por las ramas, don Vittorio fue directo al grano: “Les traigo ya, don César, signore periodista, apretado resumen del diagnóstico de la Universidad de Palermo, sede del cónclave, y el veredicto correspondiente. Permítanme sentarme en la banca de costumbre y leerle el documento. Empecemos:

“Como se entiende en esta Casa de Estudios y postulan los arquitectos eminentes de los procesos electorales, desde la Grecia antigua hasta los movimientos de avanzada en las contiendas europeas. contemporáneas, las campañas electorales se constituyen y desarrollan sobre tres requisitos, a saber:

1. El análisis público a fondo del pasado y el presente de los candidatos como condición inapelable para prever su futuro. “Dime lo que fuiste y lo que eres, para saber lo que serás”, certifica la fórmula oficial utilizada en el Foro para elegir a los cónsules y procónsules que antes de Cristo y César Augusto gobernaban el Imperio Romano durante cinco años.

2. El análisis público de la trayectoria de los partidos en los campos ejecutivo, legislativo y judicial, con énfasis en la reciente y la vigente.

3. El análisis público del gobierno actual y sus funcionarios representativos, con el objeto de precisar y explicar los errores y los éxitos en función de sus causas y sus consecuencias, a efecto de que sus sucesores puedan corregir lo que sea necesario enmendar y repetir lo que sea conveniente imitar.

4. La confrontación pública de los tres análisis, con el debate consiguiente, es indispensable para que el pueblo se pueda formar una opinión y un criterio válidos sobre la capacidad y la intención de los ciudadanos que aspiran a gobernarlo.

5. Sobre la base de la experiencia milenaria, se recomienda, en la confrontación y los análisis, la marcada preferencia a los conceptos y el uso económico de los adjetivos.

A la luz de estos cinco principios fundamentales de la democracia, los delegados, autoridades y especialistas reunidos en este Congreso hemos llegado con unanimidad a las siguientes conclusiones:


a) Los tres análisis, las confrontaciones y la recomendación que identifican las campañas electorales no existen en las actividades que han precedido hasta hoy a las elecciones yucatecas de mayo de 2007.

No puede existir “guerra sucia” en Yucatán porque no hay guerra. No hay guerra porque no hay campaña. Lo que denominan campaña es una sucesión interminable de:


1. Profusión infinita de mantas y carteles con fotografías y lemas intrascendentes que distraen la atención de los ciudadanos y la apartan de los fines legítimos de la publicidad electoral.

2. Avalanchas de promesas vistas, oídas y violadas por gobiernos, candidatos y partidos desde la fundación del engaño y el estreno de la manipulación.

3. Desfile de críticas y adjetivos procedentes de afirmaciones gratuitas que en su espeso conjunto no cumplen las normas mínimas de una guerra, ni siquiera de una batalla, y pueden catalogarse, si acaso, de escaramuzas inofensivas.

4. Las autoridades y los llamados voceros de la sociedad tienden a impedir o castigar los esfuerzos por hacer una campaña electoral. Incluidos los periodistas.

5. Los electores yucatecos carecen de la información imprescindible para cumplir el deber cívico de un voto razonado. Más que elección, los comicios del 20 de mayo serán una lotería, en el caso hipotético de que algún candidato progresista, adjetivo no comprobado aún, llegue al poder.

6. En el trayecto de la democracia y sus vertientes ejecutivo, legislativo y judicial, Yucatán se dirige a un retroceso a oscuridades de su historia habitadas y explotadas por capos de la mafia y traficantes de la cosa nostra”.

—Señores, míos amigos carísimos, les he leído una síntesis nada más del “Acuerdo de Palermo sobre la llamada guerra sucia de Yucatán” —subrayó don Vittorio—. Omito, entre otros comentarios, la observación de que no nos extraña que ustedes sean víctimas de estos desastres políticos. Cuando Sicilia era ya la confluencia de las cinco grandes civilizaciones que construyeron la cultura occidental; cuando en Venecia resplandecían ya los palacios y los tesoros de arte que hoy admiramos con la boca abierta, ustedes, los yucatecos, andaban todavía con taparrabos, penachos de plumas y arrojaban a los cenotes de Chichén los corazones vivos arrancados a las doncellas”. Esperando que algún día lleguen a alcanzarnos, a superar ese retraso de siglos, me permito rogarles sus comentarios al documento.

Con súbitos cambios de color en que la lívidez que precede a un ataque cardíaco sucedía en sus rostros al rojo vivo de la conmoción cerebral, Pompeyo y el periodista habían asistido, primero con incredulidad, luego con indignación creciente, a la lectura del texto sorprendente:


—Lo primero que se me ocurre comentarle —respondió don César— es que en el primer acuerdo unánime de los candidatos, y probablemente el único, lo van a declarar a usted persona “non grata” y enemigo público número uno. Le aconsejo que salga de Yucatán.

—No creo que salga vivo —añadió el periodista.

—Me atengo a las consecuencias de mis actos, pero me tomo la libertad de presentarles otro ruego —concluyó don Vittorio—: permítanme que en la próxima charla de ustedes, aquí en la Plaza, les ilustre con algunos ejemplos las razones del “Acuerdo de Palermo”.

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