(Artículo publicado el 1 de diciembre de 2009)
Los “jóvenes apuestan al carisma y simpatía”. Es uno de los títulos que puso anteayer el “Diario” a sus informaciones sobre la encuesta Wilsa a 400 meridanos sobre sus preferencias políticas en las próximas elecciones de presidente municipal.
Es un título que concentra exclusivamente en los jóvenes una opinión que el encuestador asigna en general a todos los electores, pues en sus comentarios sobre el estudio dice:
“La gente hoy día (no sólo los jóvenes) elige al candidato de acuerdo con su carisma y simpatía, no necesariamente de acuerdo con sus capacidades. Esto se debe a las generaciones de las computadoras y tecnología. Los jóvenes son los que mandan y ahora los jóvenes se van con los jóvenes”.
Si la opinión del encuestador es válida y refleja nuestra realidad, la gente de hoy día en Yucatán, incluyendo a los jóvenes, está desfasada, en el extremo opuesto a la realidad mundial, analizada y expuesta por la revista “Time”, edición del 20 de julio de 2009, en un reportaje profesional que lleva como título: “¿Quién necesita carisma?”.
Un reportaje que indica que no son los jóvenes ni los carismáticos ni los simpáticos quienes han llevado y llevan la batuta en el mundo libre desde el término de la segunda guerra mundial a mediados de los 40.
Max Weber, pontífice alemán de la sociología, divide a las autoridades en tres clases: las tradicionales, las burocrático-legalistas y las carismáticas. Carisma es una palabra, derivada del griego, que se aplica a una persona que tiene gracia.
“Pero no todas las sociedades —arguye “Time”— quieren o necesitan líderes carismáticos y algunas tienen buenas razones para apartarse de ellos… Los hombres fuertes de África y los caudillos de la América Latina con frecuencia han sido carismáticos pero lo que dieron a sus pueblos no son gracia sino autoritarismo”.
Los que mandan y los que eligen a los mandatarios en la gran mayoría de los países democráticos no se fijan en las cualidades físicas de los candidatos: si son jóvenes o viejos, atractivos o simplones, flacos o gordos, tranquilos o explosivos. A la hora de votar —indica “Time”—, lo hacen por los candidatos que han demostrado que en los problemas, cuando las cosas se ponen duras, esto es, a la hora buena, dan la cara en vez de huir, esconderse o quedarse callados. El voto es para el hombre o la mujer congruente que en sus actos hace lo que en sus discursos dice.
Los guapos y las bonitas, los esbeltos y las sílfides, tantas veces productos artificiales de la cosmetología y la cirugía estética, no forman el núcleo, ni lo han formado, de los gobernantes de la civilización occidental. La obsesión por la imagen y el dinero invertido en esta manía, sobre todo si es dinero público, no ganan votos en las democracias: los ahuyentan.
“Time” cita numerosos ejemplos. John Howard y Kevin Rudd, los dos últimos primeros ministros de Australia, tienen el “sex appeal” de un ratón de sacristía, pero han sido los conductores de una de los bonanzas económicas más durables del globo. Tartamudo y gordo, Helmut Kohl reunificó a las dos Alemanias, al caer el muro de Berlín, y venció en cuatro comicios al hilo. Casi nadie reconoce a Ban Ki-moon, ni recuerda su rostro inexpresivo, pero, como secretario general de las Naciones Unidas, ha logrado coordinar las diferencias de 192 socios.
Los discursos de Manmohan Singh son una receta para dormir a pierna suelta, pero ha mejorado la vida de millones de personas como primer ministro de la India y acaba de triunfar en las elecciones con un margen abrumador. Detrás o dentro de la gordura y apariencia bonachona de Angela Merkel, primera ministra alemana, y Michelle Bachelet, presidenta chilena, hay estadistas temidas por sus adversarios y elegidas y vueltas a elegir por los ciudadanos por la atingencia con que han manejado los asuntos de sus países
Obeso y feo, Winston Churchill conquistó el corazón y el liderato de los ingleses cuando les dijo entre el estrépito de las bombas de la segunda guerra mundial y los edificios derrumbados: “Nunca nos rendiremos. Nunca, nunca, nunca nos rendiremos”. Harry Truman entró al olimpo presidencial estadounidense con la frase célebre que plantó en su escritorio de Washinton: “El dólar llegó hasta aquí”. O sea: aquí la autoridad ni se compra ni se vende.
José “Pepe” Mujica ganó anteayer la presidencia de Uruguay después de cuatro décadas de lucha incesante por sus convicciones. El nuevo presidente de Honduras, Porfirio Lobo Soto, elegido también el domingo, tiene 61 años de edad.
Si los jóvenes yucatecos son la voz cantante en el concierto político; si nuestras autoridades tienen que ser o parecer jóvenes y bellas, aunque para serlo o parecerlo requiera de inyecciones, potingues y agregados o sustracciones practicados en el quirófano; si es requisito que nuestros pretendientes a los puestos públicos sean carismáticos y simpáticos, porque los jóvenes decretan que la imagen es todo, y lo demás es secundario, pues estamos listos. Listos para cualquier cosa menos el progreso. La civilización no pide efebocracia ni gerontocracia: busca capacidad y competencia. Dar la cara, no ser “carita”.— Mérida, Yucatán
