(Primera Columna publicada el 4 de marzo de 2009)

César está acabado. Fuera de onda. Que tire el arpa y se vaya con su música a su parte. Que desaparezca del mapa. Quienes piensan así, quizá con buenos motivos o mejores razones, que no sigan leyendo. ¿Para qué?.

Si usted, lector, está todavía aquí, a pesar de la advertencia, por favor no piense mal. La columna, claro, se refiere a don César Pompeyo. Al veterano mirón de la vida pública que ha regresado a su palco de costumbre, frente a los palacios, después de larga gira por el país y el extranjero para asistir a espectáculos de categoría. Gira financiada por amistades que prefieren permanecer en modesto anonimato porque le prestaron el dinero a la tasa de los cetes más cuatro puntos. Una generosidad pasada ya de moda. Un interés bancario que hoy se puede calificar de altruismo.

Pompeyo retornó a Mérida hace más de una semana. A tiempo de seguir desde el silbato inicial el partido en el que Cecilia Flores ha puesto en juego el balón. El balón que por paso preciso y pase certero del alcalde está ahora en la cancha del procurador y la directora técnica del equipo tricolor.

Ex partidario del América, porque no es masoquista; fanático del Real Madrid, hincha de los Venados, el señor Pompeyo sabe algo del fútbol que se juega allá y aquí. Sabe lo suficiente para comentar con el periodista los incidentes de este partido y las volteretas del balón.

—He leído tus crónicas, reportero, en la columna que escribes. Veo algunos errores. También omisiones. Te metieron un gol en tu título de ayer. ¿No debía decir “Un PASO que es un pase”, en vez de “Un PASE que es un pase” como te pusieron. Así no tiene sentido. Coincido contigo en que Ivonne está entre la portería y el procurador, pero has omitido a otros jugadores estelares. A los prestamistas.

A moción de Pompeyo, comenzó un cambio de impresiones sobre la estrategia de prestar al tres, al cinco, al diez por uno. Estrategia que menciona el ex director técnico de Cecilia, abogado Armín Villalobos, en párrafos del libro negro, inédito aún, que está escribiendo sobre el particular, según se dice.

—¿Usted también quiere prestar, don César? El partido no ha terminado.

—Dios me libre, reportero, cara de qué me ves. Comprendo que prestar con interés del 130 por ciento puede ser tentador. Si me ofrecen el 500 por ciento ya me dan miedo. Pero al mil por ciento, prestar cien pesos para que me devuelvan mil, no, así no juego. No juego porque voy a ser cómplice y puedo parar en el bote. ¿Qué negocio, joven amigo, te rinde tanto?

—¿Por qué me lo pregunta usted a mí, don César? Pregúnteselo al procurador, a su jefa, ellos son los responsables de la investigación. Pero tiene usted que hacerlo por escrito. Haga una carta para invitarlos a responderle. No aceptan invitaciones, ni preguntas de viva voz, diga la ley lo que se les ocurra decir a los constitucionalistas como el maestro Rejón y la doctora Fritz.

—¿Por qué voy a escribir esa carta, reportero? Yo no quiero bajar a la cancha y enredarme en líos. No me interesa acabar en los tribunales.

—¿Qué tribunales, don Pompeyo? Ya sé que en estos partidos no siempre valen los reglamentos, que son válidos con frecuencia las “manos” de Maradona y los pisotones dentro del área, pero, que yo sepa, no son competencia de un juzgado penal o civil. Quizá don Emilo nos pueda dar alguna luz.

—Si te refieres al senador, no lo creo: corres el riesgo de quedarte a oscuras. Si hablas del señor arzobispo podrían mejorar tus perspectivas de éxito. Habría que ver lo que dicen los tribunales eclesiásticos sobre la voracidad de prestar al tres, al cuatro y al diez por uno. Con este feroz apetito de plata te expones tú mismo a provocar la quiebra del negocio y ser el autor intelectual de un delito sancionado por la Santa Madre Iglesia y por…

—Aunque digan los sacerdotes, en sus sermones de cuaresma, que la religión debe regir todos los actos de nuestra vida, ya sabe usted, don César, que los teólogos de la viveza aconsejan que no permitamos que la moral se mezcle con los negocios. Mire, ha trascendido que expertos internacionales como el mago Meadoff y la banda de Stanford, si se los permite el FBI, proyectan venir a entrevistar a nuestros prestamistas para aprender de sus tácticas.

—Que localicen mejor a Cecilia, sería más rápido, periodista. Ella les puede decir quiénes son, a qué plazo le prestaron y con qué intereses. Se acabaría el partido y en vez de perder el tiempo discutiendo a quién la van a meter el gol, si al procurador o a la gobernadora, podríamos ir al cine, que está lleno de buenas películas. Yo ya vi la entrega de premios de la Academia de Hollywood, a Meryl Streep en “La duda”, a Angeline Jolie en “El sustituto”, a la humanidad doliente en “Quiero ser millonario”…

—Don César, permítame sugerirle que terminemos este debate con una recapitulación. Con una síntesis de fútbol y cine. En este partido, sea cual fuera la red donde termine el balón, cualquiera que sea el resultado, si usted fuera academia, ¿a quién premiaría?

—Sin duda, reportero; sin pensar en ningún sustituto, yo premiaría a nuestros prestamistas multimillonarios. Para ellos el Oscar del Agio. ¡Qué espectáculo sería verlos desfilar por la cancha y subir al escenario de la procuraduría a recibir cada quien su correspondiente estatuilla. Estatuilla dorada. Porque no son los teólogos, ni los obispos, ni los juristas quienes están detrás de todo esto. Detrás está el oro. El oro y sus atentos, seguros servidores. Pero ve cómo lo pones en tu columna, porque puedo estar equivocado y confundir con moros a los cristianos. Hoy día no es fácil distinguirlos. Hasta el más pintado puede caer en la confusión.

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