(Primera Columna publicada el 15 de mayo de 2010)
Frente a la sacristía de la Iglesia de San Juan Bautista, don Vittorio Zerbbera, delegado en Yucatán de la antimafia mundial, con sede en Sicilia, conversó con César Pompeyo y el reportero sobre el significado del voto en las elecciones de mañana en Mérida.
—Sin ánimo de ofender a nadie —puntualizó el doctor Zerbbera—, con el debido respeto de un extranjero a la conciencia de cada yucateco, me permito recordar que en cierta ocasión electoral, memorable porque el pueblo italiano decidiría entre el comunismo o la democracia, el candidato Alcide de Gásperi hizo desfilar por las calles de Roma a un asno con un cartelón, colgado al cuello, que decía: “Los burros no votan”.
Don Vittorio recordó que en una votación copiosa, el pueblo italiano llevó al poder al señor De Gásperi, fundador de la democracia cristiana en Italia, primer ministro de 1945 a 1953 y uno de los cuatro estadistas calificados de “padres de Europa”: la contemporánea.
—En el Vaticano se estudia hoy su beatificación —añadió el doctor Zerbbera—, porque su trayectoria personal y su obra pública fueron un testimonio de la importancia de la religión en el ejercicio de la política, no de la política en la religión, que es algo muy distinto. La religión entendida, como debemos entenderla, como columna vertebral de las virtudes morales que distinguen al buen gobierno.
Pompeyo y el periodista discutieron sobre la conveniencia de considerar que no votar sea una burrada, por lo menos no siempre, pero estuvieron de acuerdo en dos puntos. La elección es el enfrentamiento de dos propuestas de gobierno. La religión, como conjunto de normas de vida, es un faro que orienta a ciudadanos y gobernantes.
—En todas las elecciones hay tres aspectos fundamentales —regresó don Vittorio—. Los candidatos y sus programas, o sus promesas, como ustedes quieran llamarlos, deben ser motivos de cuidadoso estudio. Pero es fundamental, en un voto razonado, el análisis del sistema de gobierno que representan, porque ese sistema es el mejor de los avales y la más auténtica de las garantías de la personalidad cívica de los candidatos y la confianza que se puede tener en sus programas o promesas. Es una verdad de comprobado valor universal.
La charla derivó hacia la aplicación de las teorías del doctor Zerbbera, sus teorías o sus experiencias, a las elecciones en Mérida. Se votará por el partido, es cierto. Se votará por el candidato, claro. Pero se votará, sobre todo, por la clase de gobierno que se desea para Mérida.
—A mi juicio —explicó el doctor—, el meridano, más que elegir a su próximo alcalde, o alcaldesa, lo que elegirá mañana, si vota, es qué sistema de gobierno desea para Mérida. Si quiere una manera de gobernar como gobierna madame Ivonne Ortega en el estado, representada por el PRI. O si desea para Mérida un gobierno diferente, como el que representa, por citar el ejemplo cronológico más cercano, el actual Ayuntamiento de la ciudad, que preside el signore César Bojórquez. En este caso el voto sería para la oposición.
—Una decisión fácil en un voto razonado —aseguró Pompeyo—, porque antes de la campaña y durante la campaña vimos y comprobamos abundantes ejemplos de ambos casos. No es una tarea del otro mundo escoger con el voto qué sistema queremos para Mérida: si el sistema practicado por doña Ivonne o el representado por la actuación del Ayuntamiento.
—¿Y si no nos gusta ninguno? —apuntó el reportero—. Si nos parece tan malo el pinto como el colorado, ¿se justifica el yo no voto? ¿Hay argumentos válidos para la abstención?
—La abstención —alegó el italiano— tiene validez cuando se trata de un movimiento organizado, por un partido o un sector activo de la sociedad, en señal de repudio a un sistema de gobierno que se considera perjudicial, como una dictadura. Como fruto de una decisión aislada, como consecuencia de una posición que obedece a motivos personales, no a una convocatoria colectiva, la abstención suele tener efectos negativos.
—Para mí la abstención no cuadra con el enfoque generoso de una situación política, económica y social. Se puede interpretar, ante mi familia, ante mis vecinos y amistades, como una señal de apatía: una muestra de que mientras a mí me vaya bien ¿qué me importa el bien común? O que yo me considero un don nadie, incapaz de tener influencia en el destino común. Me escondo en vez de salir.
—El yo no voto, el yo me abstengo, puede ser una declaración pública de apoyo a un mal gobierno que puede hacer lo que le dé la gana porque yo no me voy a oponer. O algo peor: que las elecciones no son camino para expresar las opiniones del pueblo. Algo así como un voto por una solución violenta.
Zerbbera, Pompeyo y el reportero concluyeron que la burrada no es la descripción idónea de la abstención. Está más cerca de la verdad definirla como una indiferencia o irresponsabilidad que no encajan en el testimonio de un ciudadano interesado en los asuntos de su ciudad. El ausentismo electoral puede ser una falta de religión: es difícil que el yo no voto resista el examen de conciencia de un buen cristiano.— Mérida, 15 de mayo de 2010.
