(Artículo publicado el 24 de marzo de 2010)

En una aplicación de la doctrina social de la Iglesia Católica al campo de la política, señalamos en nuestro artículo precedente que la persona, sobre todo si es cristiana, tiene un deber de origen divino: informarse con suficiencia sobre lo que son, dicen y hacen los candidatos y sus partidos, a fin de elegir a los mejores para ocupar los puestos públicos y cumplir la misión que Dios asigna al gobierno: servir.

Opinamos, asimismo, que el PRI se vuelve un obstáculo para el cumplimiento de esta obligación del ciudadano cuando se niega a colaborar en los ejercicios que “Sociedad en movimiento” promueve para dar a conocer las ideas y las propuestas de los aspirantes a la presidencia municipal de Mérida.

La negativa priísta se basa en que dos dirigentes de “S. en M.” apoyaron en comicios pasados a un candidato de un partido distinto y en que este apoyo los contamina de una parcialidad que resta confianza y validez a las investigaciones que realizan sobre la opinión pública.

El PRI pone en duda la honorabilidad y rectitud de ambos dirigentes y lo hace a pesar de las demostradas evidencias de que las actividades de “Sociedad en movimiento” en universidades, foros, debates y entrevistas han resultado en transcripciones de lo que dicen los participantes. Transcripciones fieles, no objetadas por nadie. Participantes que pertenecen a distintas divisas políticas.

Nos parece que el pretexto priísta no tiene cupo en una democracia. En la democracia no se inhabilita al ciudadano para una tarea cívica por el hecho de que ejerza su derecho constitucional a votar por una candidatura o manifestarle un respaldo que puede ser el resultado apartidista de un análisis para escoger al más apto. Se castiga así lo que merece premio.

Si se acepta el pretexto del PRI, por extensión se podría llegar tarde o temprano a la conclusión de que un presidente de la república, un gobernador o un alcalde, como pertenecen a un partido, están impedidos, por su filiación política, de desempeñar sus cargos de manera imparcial, en beneficio de todos. Un absurdo.

¿A qué se puede deber entonces, en realidad, ese boicot del PRI a una iniciativa que merece tanto el aplauso de la sociedad como la gratitud de los partidos porque presta considerable ayuda gratuita a la difusión de las políticas y el conocimiento de los candidatos?

Nosotros creemos que la causa es un temor atávico, entendido el atavismo, en este caso, como una tendencia instintiva a mantener actitudes obsoletas, costumbres arcaicas que no encajan en la modernidad plural en que tratamos de vivir. Instintiva porque procede de un instinto primitivo de conservación.

Buscaremos explicarnos en términos deportivos. Al PRI le gusta jugar como local, nunca como visitante. Jugar en cancha ajena, donde no puede poner las reglas del juego ni dominar al auditorio, es un peligro cierto de derrota que el partido no se puede dar el lujo de correr. Esa ha sido su convicción autoritaria, desde siempre, y ésa también su experiencia desconsoladora, con una que otra excepción que sólo confirma el riesgo fatal.

El PRI juega en su cancha, donde nombra a los árbitros, marca los tiempos, delimita los territorios, supervisa la taquilla y se reserva el derecho de admisión. En su cancha, donde no le pueden meter goles, porque no tiene portería. Donde la oposición no puede parar los tiros, por lo común de penal, porque no tiene portero.

El temblequeo del PRI ante una confrontación en terreno abierto, aunque sea neutral, tiene tres causas de ser y existir. Veamos la primera: una conciencia culpable. La conciencia de que sus líderes y los gobernantes egresados del partido suelen decir una cosa y hacer precisamente lo contrario. Si las lenguas están sueltas salta a relucir la contradicción apenas comienza el juego.

La “temblorina” procede también de un convencimiento comprobado: la gente no acude a los programas y eventos del PRI así nomás porque sí: va porque la llevan, le pagan los viáticos y le regalan el boleto. El aplauso tiene un precio, que a la larga pagamos, querramos o no, los contribuyentes, por conducto de los gobiernos priístas. El espectáculo priísta es una farsa por la sencilla razón de que no saben hacer otra cosa: eso les enseñaron desde las primeras letras. La del PRI es una popularidad de mostrador, de toma y daca. La del PRI no es una cancha: es un circo.

Un circo donde el PRI es el conejo que cree que todos son de su pellejo. Por eso le huye a “Sociedad en movimiento”. Piensa que le darán agua de su mismo chocolate, dosis de su propia medicina. Es la falta de seguridad en sí mismo. En el fondo de la negativa del partido a participar en el juego limpio está su temor ancestral al cara a cara ante el hombre de la calle. El miedo puro a la gente. Miedo que, como nos proponemos ver otro día, tiene otro motivo capital: Ivonne Ortega Pacheco.— Mérida, Yucatán, 23 de marzo de 2010.

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