(Artículo publicado el 4 de febrero de 2010)
Cuando está cerca de concluir, ensayemos un balance de la precampaña por la alcaldía de Mérida a la luz de sus aportaciones al civismo. En términos generales, ¿ha rendido beneficios a Yucatán? Pensamos que sí.
La unidad está representada por la precandidatura solitaria de Angélica Araujo en el PRI. Es una virtud que en este partido ha sido fácil de practicar por la experiencia que ha acumulado con su costumbre de acatar las decisiones y designaciones del señor presidente o el señor gobernador. Un acatamiento que vetaba cualquier anticipación al fallo inapelable. “El que se mueve no sale en la fotografía”, dijo el pastor sindical Fidel Velázquez en el apogeo de la servidumbre al amo. Una obediencia que proscribía la menor protesta posterior. La unidad en el PRI es un parto de la disciplina. La convicción no juega.
Venga de donde venga, la unidad no deja de tener un valor considerable para el trabajo de conjunto, el “team work” anglosajón que, traducido a nuestro patio, permite peinar los territorios electorales con una eficiencia potenciada por la falta de escrúpulos y el exceso de plata. Unidad que hasta ahora es una ventaja para el PRI.
Prevista con visión o aceptada por conveniente, la competencia auténtica entre Beatriz Zavala y Salvador Vitelli por la candidatura de Acción Nacional, suceso que tiene la novedad de una primera vez, ha duplicado la atención pública que recibe el partido y aireado la precampaña con vientos frescos de democracia que les están sentando bien tanto a los panistas como a la sociedad que los contempla. Un éxito que es también una ventaja.
Éxito y ventaja que comparten la señora Zavala y el señor Vitelli: ambos han salido ganando en un campo donde el PRI no se puede lucir. No se lo permiten a este instituto ni la candidatura solitaria ni, sobre todo, su historia interna y su trayectoria externa. Al PRI se le podrá acusar de todo menos de demócrata.
Éxito que la señora Zavala y el señor Vitelli tienen la responsabilidad de procurar que trascienda de la precampaña e impregne toda la campaña electoral. Responsabilidad que le impone el deber de cerciorarse de que la democracia a la que han rendido culto hasta ahora sea la regla que norme la elección del candidato panista el domingo próximo.
Ambos precandidatos tienen la obligación de vigilar que la libertad y su compañera inseparable, la imparcialidad, decidan el resultado de la votación. Es una obligación social, no sólo política, que incluye la denuncia a tiempo de cualquier vicio u omisión que pueda afectar la pureza del sufragio. Que abarca también la mención precisa de las garantías que ambos consideran indispensables, a fin de que se pueda verificar su impartición.
Es una obligación moral que han contraído, sobre todos, quienes han puesto en duda en veces anteriores la legitimidad de las candidaturas con quejas sobre autoritarismos, imposiciones, coacciones, presiones y otras presuntas irregularidades cometidas a favor de mengano o en perjuicio de perengano.
Si se ve algo malo que se diga ahora, con cargos concretos, en lugar de la repetición de querellas globales, imprecisas, generalizadas, que se han vuelto un lugar común. La táctica de callar, hasta ver cómo nos va, y gritar después, si no salimos con nuestro gusto, es un cántaro que ya fue muchas veces a la fuente. Táctica que, además de muy vista y oída, sería un golpe a la credibilidad de los mecanismos electorales. Un golpe que podría malograr un éxito en perjuicio de todos los partidos, la campaña toda y toda la comunidad entera.
El PRI puede predicar unidad, pero no democracia. Al PAN se le presenta la oportunidad de lucir ambas y ejercer así sobre los comicios de mayo una influencia bienhechora que contribuya, con el buen ejemplo, a convencer a los yucatecos de que el resultado es un espejo de la voluntad de la mayoría.— Mérida, Yucatán
