(Artículo publicado el 7 de febrero de 2010)
El viernes 29 de enero, de visita en esta ciudad, uno de los representantes de la oposición que han egresado del oficialismo, Manuel Camacho Solís, habló sobre “animales políticos” en un comentario que por asociación de ideas nos lleva a un artículo, “Las imbecilidades y sus consecuencias”, en que su autor, Javier Marías, analiza en “El País” la conducta irrazonable en que pueden caer los gobernados cuando son incapaces de asociar los problemas públicos con los desaciertos de los gobernantes que son la causa de esos mismos problemas.
El diccionario define la imbecilidad como falta o escasez de inteligencia o de juicio.
Sus sinónimos y las palabras de significado similar que hemos encontrado incluyen idiotez, tara, cretinismo, tontería, necedad, torpeza, zoquetería y alelamiento entre otros vocablos que se asignan a la variedad de actitudes llamadas mostrencas porque son un derivado de la ignorancia. Variedad que por desgracia parece infinita a lo largo y lo ancho de la política.
Es como si hubiéramos perdido —denuncia Marías en términos generales— la facultad fundamental de asociar las causas con los efectos, o las imbecilidades con sus consecuencias, y perdido con ella la capacidad de prevenirlas, impedirlas o corregirlas.
En el fondo, se diría que el distinguido escritor y periodista español sostiene la tesis de que un pueblo culpable de imbecilidades merece ser gobernado también con actos imbéciles y no tiene por lo tanto ningún derecho a quejarse.
El escritor ofrece una serie de ejemplos que ubica en España. Se quejan del creciente vandalismo juvenil, de las palizas que los hijos propinan a sus padres, pero no asocian estas manifestaciones de violencia con el decreto que debilita la buena educación en el hogar porque condena como delito penado por la ley una bofetada dada a los niños y adolescentes rebeldes o desobedientes.
Se escandalizan en Barcelona por el creciente nudismo en las calles, por las escenas impúdicas de pleno sexo en céntricas calles de la urbe, pero no relacionan esta decadencia moral con una disposición municipal: “la gente tiene derecho a ir desnuda donde le plazca”. Disposición tomada por el Ayuntamiento en un afán ridículo de ser “moderno, tolerante, abierto, sensible y respetuoso con los deseos de todos”.
Se protesta porque se derriban árboles y se destruyen paisajes para levantar moles de cemento y otros excesos antiestéticos que afean las ciudades y degradan el turismo, cuando no lo ahuyentan, pero se olvidan de que el gobierno dispuso que “todo” el suelo español fuera edificable.
Nuestros gobernantes —considera don Javier— intentan achacar los males a la crisis, “porque son los primeros interesados en que no se asocien sus políticas imbéciles con sus consecuencias, pero unas y otras están estrechamente vinculadas”. Entre las idioteces subraya la de conceder a las autoridades endeudadas “un montón de millones” de euros para que inventen obras absurdas e innecesarias con el pretexto de disminuir un desempleo que en realidad aumentan con sus necedades. “A gastar con lo superfluo se llama tirar el dinero”.
“La mayor imbecilidad, con todo —concluye—, es la que nos aqueja últimamente a la mayoría: no saber asociar causas y efectos, lo cual equivale a no saber sumar dos y dos. No hace falta explicar cuál será la consecuencia de tamaña ignorancia”.
Aplicar un análisis de este tipo a la cosa política yucateca es un ejercicio saludable, máxime en tiempos electorales. Por ejemplo: ¿qué diría don Javier de los diputados que aprueban sin pedir explicaciones ni poner condiciones una solicitud de endeudamiento en 1,870 millones de pesos que le solicita un gobierno recargado de deudas, incapaz de cumplir sus compromisos económicos y renuente a administrar sus finanzas con transparencia y responsabilidad? Mucho tememos que catalogue esa aprobación como una imbecilidad irrefutable.
Ahora bien, en un estado como el nuestro donde la pobreza ocupa primeros lugares nacionales, si somos incapaces de relacionar, con relación de causa y efecto, nuestros problemas, nuestras carencias y nuestras crisis con los protagonismos, las imagenomanías, los anacronismos y los despilfarros de autoridades arbitrarias, tan cuantiosos como conocidos, tememos asimismo que el escritor español nos acuse de una imbecilidad esférica.
Por último, tememos también el peligro mayor que Javier Marías advierta en la campaña electoral yucateca es que a punta de halagos y regalos, a punta de promesas que no concuerdan con la conducta pública los prometedores, cultivemos las faltas de inteligencia y la escasez de juicio en nuestras mayorías, machacándolas hoy y mañana con las mismas farsas de ayer, para inducirlas a la torpeza cumbre de consolidar en el poder, con el uso irrazonado del voto, a políticos que por su origen y trayectoria han demostrado su capacidad para imponer a Yucatán un retroceso histórico y su voluntad de hacerlo o permitirlo.
Javier Marías no califica a las personas, los gobiernos o los partidos. Sólo se refiere, como lo hacemos nosotros, a sus actos. Las imbecilidades se cometen por ignorancia, por error, por mala fe o con la mejor intención. Por eso se afirma que el infierno está pavimentado de buenas intenciones.— Mérida, Yucatán, febrero de 2010.
