(Artículo publicado el 31 de enero de 2010)

Conservamos un compendio de literatura inglesa, “Our heritage” (Nuestra herencia), de nuestros tiempos de estudiante. Tanto como reliquia nostálgica, que sí lo es por su cauda de recuerdos, lo tenemos a manos como asesor que desempeña el papel que el apuntador representa en el teatro: por si algo se olvida.

En la página 105, rodeado de anotaciones, está el poema “Invictus” (inconquistable en latín), que William Ernest Henley (1849-1903) compuso a los 26 años, en la cama del hospital de Edimburgo donde le habían amputado una pierna devorada por la tuberculosis ósea. “Nunca admitió la derrota” este escritor inglés que llevaría una vida activa, con una sola pierna, otros 27 años más.

Coincidencia: 27 años también estuvo en prisión Nelson Mandela antes de emprender la carrera política que el actor Morgan Freeman encarna en una película que está hoy en la cartelera meridana con el título, otra coincidencia, de “Invictus”.

El filme se llama así porque la lectura constante del poema de Henley sostuvo indemne el espíritu del apóstol político sudafricano de raza negra sobre todos los sentimientos negativos que pueden envenenar un alma sometida a casi tres décadas de prisión continua en una mazmorra de ventana única, que mira entre barrotes a un patio de cemento terminado en un muro.

Por razones de espacio, transcribiremos en cuatro párrafos, sin marcar los versos, las cuatro estrofas de “Invictus”. Después les ofreceremos una traducción al español que hicimos luego de ver la película.

“Out of the night that covers me, — black as the pit from pole to pole, — I thank whatever gods may be — for my unconquerable soul.

“In the fell clutch of circumstance — I have not winced nor cried aloud. — Under the bludgeonings of chance — my head is bloody, but unbowed.

“Beyond this place of wrath and tears — looms but the horror of the shade, — and yet the menace of the years —finds and shall find me unafraid.

“It matters not how strait the gate, — how charged with punishments the scroll, — I am the master of my fate — I am the captain of my soul”.

Nuestra traducción es libre, con cierta libertad que nos permita atender al concepto mejor que a la palabra y, al mismo tiempo, buscar la eufonía que se pueda conseguir en versos endecasílabos heroicos, con acento en la sexta sílaba, y rima asonante:



En medio de esta noche que me encierra,

tan negra que no hay luz que sea visible,

agradezco a los dioses, quienes sean,

el alma que me dieron: ¡invencible!

En la garra feroz de los ataques

yo jamás me lamento ni me rindo:

nunca inclino la frente, ni que sangre

por todos los golpes que he sufrido.

Enfrente a este lugar de ira y de llanto

se asoman de las sombras los horrores,

mas todos los dolores de estos años

me han visto y me verán sin resquemores.

Por escollos que encuentre en el camino,

por ardua que parezca la avanzada,

yo soy el capitán de mi destino,

soy el único dueño de mi alma.



Heroico, como estos endecasílabos; estoico, con un horizonte noble al sufrimiento, fue el tránsito de Mandela por la reclusión forzosa dispuesta por la intransigencia y el despotismo. Cautiverio que Morgan Freeman visita con citas y recuerdos suficientes para nutrir de vida la encarnación que hace de la trayectoria de Mandela cuando se vale de la fuerza de voluntad que antes le dio la lectura del poema, del poder que ahora le da el gobierno, para unir a una nación dividida por los enfrentamientos ancestrales del racismo.

En el trabajo estupendo de Freeman llena la pantalla la determinación indesviable de un hombre que vencedor de la venganza y la represalia predica el perdón en la casa del rencor y por encima de los prejuicios, que arden todavía, y de la oposición de los suyos, los otros y los demás, pone la totalidad de sus sentimientos y sus actos al servicio de sus objetivos. Servicio humilde, desprendido de cualquier lucimiento, beneficio o interés personal. El servicio que lleva al éxito, por adverso y hostil que sea su entorno, las empresas de un hombre enamorado de sus ideas porque está convencido de son buenas para la sociedad.

Mandela vio la película sentado junto a Freeman: “Yo conozco a ese hombre”, dijo. Según testigos de la expresividad oral y física de Nelson, el parecido interno y externo que Freeman logra es “absoluto”. Es auténtico, entonces, el retrato legítimo de líder que el actor nos entrega al encarnar al hombre que vive con pasión supeditada a la razón, con sencillez, generosidad y honradez invencibles, los propósitos nacidos de los 16 versos que lo alentaron durante 27 años.

92 minutos dura esta película basada en la novela “El factor humano”, de John Carlin, a quien conocemos por sus artículos en el diario español “El País”. Es una inversión de hora y media que les ha de convenir a los políticos yucatecos bien intencionados que aspiren de verdad, con la congruencia que da la acción que hace honor a la palabra, que aspiren, insistimos, a ser eso que nos falta: un líder como el Nelson Mandela que Morgan Freeman nos presenta en “Invictus”.— Mérida, Yucatán, 30 de enero de 2010.

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