(Primera Columna publicada el 3 de septiembre de 2010)

A las autoridades y los candidatos que tienen la lengua larga, porque ofrecen más de lo que pueden o quieren cumplir, para satisfacer así sus ambiciones desorbitadas y reclamar honores inmerecidos, Jorge Caamal Burgos recomienda la terapia de la humildad.

Lo mismo le viene la recomendación del presidente de la Coparmex al ayuntamiento de Mérida, que ha salido tronado en una encuesta popular —5.8 sobre 10—, que al gobierno del estado, porque uno es engendro del otro. Hija de tigresa, pintita, dirán los que ven un parentesco político de primer grado entre Angélica Araujo e Ivonne Ortega.

En la edición del “Diario” de ayer jueves, 2 de septiembre, se citan y explican las razones para que la presidenta municipal sea reprobada. La columna se concretará a meditar sobre cómo la humildad puede elevar las bajas calificaciones de la alcaldesa y la gobernatriz.

Jesús, en el evangelio de San Mateo del domingo último, y Cervantes, en “El coloquio de los perros”, coinciden con el señor Caamal en que la humildad es el fundamento de todas las demás virtudes, porque…

Porque la ambición, que suele transitar caminos opuestos a la humildad, es con frecuencia el disfraz de la soberbia, según homilía de San Juan Crisóstomo, predicador célebre llamado “Pico de oro” por su elocuencia. No estamos contra el deseo de honor, gloria y prosperidad: es legítimo. Deseo que se convierte en ambición en el momento en que se desordena. Deseo que, revestido de soberbia, se aparta del servicio a los demás y degenera en afán de lucimiento exhibicionista.

Porque no debemos olvidar quién somos y dónde estamos. Se atribuye a San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, un concepto pensado para retratar a los que aspiran a estar por encima de todos, a ponerse en el primer puesto a como dé lugar. Palabras más o menos, el santo señala: ¿Acaso los mulos dejan de ser torpes y hediondas bestias porque su amo los cargue de olores, muebles preciosos y tesoros de gran valor? El amo, claro, es Dios.

Porque la humildad induce a los gobernantes a pedir perdón por sus errores. Así como el deseo de honores y gloria puede derivar en soberbia, así la solicitud de perdón cristaliza en rectificación cuando la autoridad, más consciente de sus obligaciones que de su persona, aprende a rectificar. En realidad, tanto como la humildad, la rectificación es un acto de honradez que honra a quien la practica.

Porque el gobernante soberbio no da su brazo a torcer y se cree el dueño eterno de la verdad, incluso en temas polémicos y opinables. Por eso nunca participará en foros y diálogos abiertos y enriquecedores sobre los asuntos públicos. Por eso los candidatos y las autoridades yucatecas emanados del PRI persisten y se regocijan en sus errores: porque, en frecuente manifestación de fijaciones antiguas, creen que rectificar es un síntoma de debilidad. La falta de humildad, erigida en soberbia, los lleva a decir siempre la última palabra y buscar ser el centro de atención en todo. Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, decía: “Sólo los tontos son testarudos los muy tontos, muy testarudos”.

Porque, sobre todo, el gobernante humilde respeta a los demás y a sus opiniones, enriqueciendo su oficio de gobernar con las ideas de sus conciudadanos, con las aportaciones de la oposición, y multiplica, con el oído atento a la crítica, las ocasiones de prevenir un desliz o repararlo a tiempo. Es sabio el gobernante humilde que estimula la ayuda de la crítica en vez de encerrarse en las torres de cristal de la soberbia.

¿Donde colocaremos a la alcaldesa meridana? ¿Dónde a la gobernatriz? ¿Entre los soberbios que son testarudos de remate? ¿Entre los humildes que ejercen con sabiduría el oficio de gobernar? Por eso rodaban las lágrimas por el rostro de César Pompeyo cuando Vittorio Zerbbera le preguntó si Yucatán tiene remedio en el quinquenio que corre. Por temor a la respuesta.

Terminemos con una estrofa del poeta español Francisco Vallaespesa en “Andalucía: sentencias y decires”:
Se humilde con quien se humilla…

Tanta vuelta el mundo da,
que ante el que se humilla, puede
que te tengas que humillar.

Mérida, 2 de septiembre de 2010

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