(Primera Columna publicada el 3 de julio de 2010)
Recién llegado de Sicilia, donde rindió un informe sobre las elecciones yucatecas, Vittorio Zerbbera comentó ayer con César Pompeyo, en la banca preferida del parque de San Juan, el discurso de Angélica Araujo al asumir la presidencia municipal.
—Qué le parece, César: ¿ya comenzó madame Ortega a mandar en Mérida también?
El mafiólogo italiano recordó la seguridad, o al menos la sospecha, filtradas en la campaña electoral, de que la señora Araujo, amiga íntima e hija política de Ivonne, sería sólo un títere, una fachada, mientras la señora Ortega mueve los hilos y lleva la voz cantante en los dos palacios de la Plaza Grande como gobernadora por derecho y alcaldesa de hecho.
—Ni seguridad ni sospecha confirmadas —respondió Pompeyo—, sino una sorpresa y un problema. La sorpresa de que en los 99 párrafos de su discurso Angélica mencionó solamente una vez el nombre de Ivonne. Te voy a leer el texto de esta única mención: “Y hablando en firme, este gobierno, y lo digo sin empachos, seguirá el ejemplo de Ivonne”…
—¿Dónde está la sorpresa? —intercaló Zerbbera—. Lo que veo es una confirmación explícita de que la presidenta será en el municipio meridano la intérprete y ejecutora de la voluntad imperial de madame Ortega.
—Nada de eso, Vittorio: me interrumpiste sin que terminara esa mención. Completa dice así: “Y hablando en firme, este gobierno, y lo digo sin empachos, seguirá el ejemplo de Ivonne Ortega en materia de seguridad y paz pública”.
—¡Caramba! —exclamó Zerbbera—. ¿Y eso qué quiere decir? ¿Fue un aviso público de que sólo seguirá el ejemplo de la madame Ivonne en esos dos aspectos: seguridad y paz pública? Como dicen ustedes, ¿ha pintado su raya la señora Araujo entre los dos palacios? Esa precisión sobre los ejemplos que va a seguir, ¿significa que cada quien irá por su lado? ¿Que cada una estará en su lugar y Dios en el de ninguna?
—No hay herejías en el discurso, Vittorio. Al contrario, está dentro de la más pura ortodoxia. Es un compendio feliz de las normas y los propósitos del buen gobierno. Ése es el problema a que me refería.
—Es un problema porque casi en todos los 98 párrafos restantes Angélica promete que va a hacer en Mérida precisamente lo contrario de lo que Ivonne hace en Yucatán. A las pruebas me remito. Te leeré otros cuatro pasajes del discurso:
1) Un gobierno sólo puede ser ejemplar si asume la austeridad. Los recursos de este gobierno se invertirán donde más sirvan a la gente y nunca donde sirvan a privilegios o burocracias.
2) Para que Mérida evite conflictos estériles, seguiré el mandato del diálogo, de la búsqueda de consensos.
3) El noveno punto de nuestro decálogo será la humildad. Saber corregir bien y rápido. No nos marearemos en el poder.
4) En esos diez mandatos, lo primero habrá de ser la honestidad. Porque donde no hay honestidad las leyes no se respetan, los programas no se aplican como debieran y el orden no puede imponerse. Un gobierno honesto es la garantía de las buenas decisiones, los buenos planes y el mandato de la gente. Un gobierno honesto será el pilar de un municipio. Eso se los juro a los ciudadanos.
—¡Caramba! —repitió Zerbbera—. Eso lo podría suscribir hasta el Papa. Los siete alcaldes panistas que ha tenido Mérida lo firmarían con los ojos cerrados, como firman los diputados del PRI las peticiones inapelables de madame Ortega. Pero, César, prometer no es lo que empobrece: dar es lo que aniquila.
—Ese es el peligro, Vittorio: que sea tan marcado el contraste entre los gobiernos del municipio y el estado, que sobrevenga un distanciamiento, un rompimiento en que Ivonne, en vez de rectificar ante el buen ejemplo, busque aniquilar a Angélica.
—Pero ¿qué garantía hay, César, de que madame Araujo no será títere, instrumento y fachada de madame Ortega?
—Vittorio, lee esto que dijo Angélica: “Soy profesionista, soy empresaria y he sido funcionaria pública; créanme que soy organizada y sé organizar. Esa es la principal garantía que ofrezco para encabezar un gobierno. Mérida tendrá una alcaldesa decidida a gobernar.
—Eso me suena a una advertencia, o un desafío, a madame Ortega: que no se meta —indicó Zerbbera.
—Opinión tuya, Vittorio. No sé cuántos la compartirán. De repente ni la señora Araujo. Pero sí me parece que un discurso como ése pinta una raya.— Mérida, 2 de julio de 2010.
