(Primera Columna publicada el 18 de septiembre de 2011)
Antes de doctorarse en mafia, Vittorio Zerbbera fue maestro en historia y literatura clásicas, hoy consideradas antiguas, aunque lo moderno suele regresar a ellas en su búsqueda incesante de lo nuevo. Lo nuevo que tantas veces sólo se encuentra en lo viejo.
Asombrado por la concesión de la medalla San Ignacio de Loyola a Ivonne Ortega Pacheco, por acuerdo inaudito de la Universidad Iberoamericana de México, el señor Zerbbera llegó al parque de San Juan…
Interrumpimos el relato para especificar que el adjetivo “inaudito”, según su definición académica, califica lo que es sorprendente, increíble o nunca oído, especialmente si es por su carácter escandaloso, como escandalosa es la decisión de aquella universidad jesuita de otorgar ese premio a la gobernadora de Yucatán.
Pues bien, don Vittorio llegó al parque de San Juan, a su habitual tertulia con César Pompeyo, con manoseada traducción al español de la “Seichteia”, conjunto de las reformas políticas y sociales que el estadista griego Solón, uno de los siete sabios de Grecia, instituyó en Atenas, seis siglos antes de Cristo, para poner las bases de la democracia.
—Lee, César, estas instrucciones de Solón: “Para el buen gobierno de una ciudad es absolutamente necesario establecer un orden bueno y castigar públicamente a los que lo interrumpen”. A vuestra gobernadora la premian por su tendencia a difundir por Yucatán el desorden prevaricador que reina en su gobierno. Desorden desmoralizador porque es impune y, además, condecorado.
(Se le llama prevaricador al funcionario público que se distingue por el incumplimiento a mansalva —en gran cantidad—, a diestra y siniestra, de sus compromisos y obligaciones).
Sabedor de antemano de cuál sería el tema de la charla, Pompeyo se presentó en el parque con un recuerdo de los siete años que estudió en colegios jesuitas: “El libro de los ejercicios”, compendio de conceptos que han tenido una eficacia notable en la renovación, la transformación y la educación de las almas. Libro también donde su autor pone las bases para fundar la Compañía de Jesús con la bendición, en 1540, del Papa Paulo III.
—Vittorio, cuando la corrupción engendrada por el Renacimiento invadía al Vaticano, mientras la reforma protestante se propagaba por las universidades alemanas, la Compañía de Jesús fue la respuesta del catolicismo, y por conducto del varón de Loyola fue el sustento o compañía espiritual de Carlos Borromeo y otros santos que con Ignacio fundaron la “Contrarreforma” que saneó a la Iglesia.
—Durante siete años —prosiguió Pompeyo—, mis maestros jesuitas me inculcaron y me enseñaron a defender los mismos valores morales y cívicos que el gobierno de la señora Ortega se ha empeñado en hostigar y eliminar de la vida pública. Ya puedes imaginarte, Vittorio, mi susto al enterarme de que son precisamente los jesuitas, los educadores por excelencia en el seno de la Iglesia, quienes aclaman a una antagonista practicante de su doctrina.
—No sólo susto, Vittorio, susto y alarma porque Benedicto XVI, en su intención general para este mes de septiembre, nos pide orar “por todos los docentes, para que sepan transmitir el amor a la verdad y educar en los valores morales y espirituales auténticos”. Valores, empezando por la verdad, que Ivonne Ortega subestima, transgrede y desactiva en su gobierno.
—La medalla San Ignacio de Loyola tiende a confundir a la señora Ortega más de lo que debe estar en su entendimiento sobre lo que está bien y lo que está mal. Es una presea que se añade al culto a la personalidad con el que sus aduladores la rodean de elogios, le mienten y la descarrían, con el fin de explotar el poder y la posición que ella no ha sabido o querido servir con lealtad al pueblo.
—Mayor confusión, César, debe causar entre la juventud esa medalla. Esa juventud de vosotros asediada por una corrupción parecida —o peor— a la que Ignacio de Loyola limpió en el Vaticano. Esa juventud que yo veo abandonada a los halagos y sobornos del partido político de madame Ortega, vuestro PRI. Partido alentado y fortalecido en sus insidias por esa renuncia de muchos de vuestros colegios y universidades a transmitirles a sus alumnos los valores que pide Benedicto XVI. Esos jóvenes y estudiantes que vosotros estáis enseñando a aplaudir lo que deben condenar, a lucrar con lo que deben combatir, a vender su conciencia al impostor en vísperas de unas elecciones que pueden salvar o hundir a Yucatán.— Mérida, 17 de septiembre de 2011.
