(Primera Columna publicada el 12 de enero de 2012)
Las relaciones ocultas entre Yucatán y Enrique Peña Nieto fueron el tema de la cita de César Pompeyo y Vittorio Zerbbera en su banca habitual del parque de San Juan. El punto de partida fue la nota del “Diario” sobre las opiniones adversas que tienen, sobre el candidato único del PRI, el periódico “Los Angeles Times” y varios analistas de la política nacional.
—Ha llamado la atención de mis superiores —abrió el mafiólogo italiano— que se considere a don Enrique como una “figurita” creada por varios años de coreografía y escenarios a fin de construir una imagen atractiva para los electores.
—Pero más que solicitar su atención, a nuestros expertos en la “cosa nostra” les preocupa la insistencia en que el señor Peña Nieto es sólo la fachada que tapa a una cuadrilla de veteranos de colmillo largo que serían quienes de verdad ejercerían el poder si triunfa el PRI. ¿Hay, César, algún antecedente que pueda avalar estas peculiares interpretaciones de la actualidad mexicana?
—El modelo yucateco puede ser, Vittorio, el antecedente circunstancial o intencional que estás pidiendo. Algo de historia te ayudará a comprender. Mira: en los prólogos electorales de 2006 se dio por descontado que Dulce María Sauri sería la candidata del PRI a la gobernatura. Muy por encima de los otros tres aspirantes.
—¿No que fueron cinco, César?
—Regresemos a la historia, Vittorio. Casi al final del prólogo, cinco para las doce, se presentó una quinta precandidata: Ivonne Ortega. “¿Ivonne qué”?, se preguntaron algunos. “¿Quién es ésa?”, comentaron otros. Una “figurita” de relleno —pensaron los sabelotodo— para ponerle algo de sal y pimienta a la competencia. Pero los dados ya estaban cargados.
—Se afirma que una cuadrilla de veteranos de colmillo largo dio un “golpe de estado”: de repente se anunció que la elección, o designación, del candidato no sería en Yucatán sino en la ciudad de México. El resultado ha sido una de nuestras grandes sorpresas del siglo XXI. La cenicienta, la chica del coro, la agregada de última hora, Ivonne Ortega, se sacó la lotería por obra y gracia de una encuesta subterránea que le dio la mayoría de votos. Una mayoría descalificada de inmediato por la nomenclatura priísta yucateca en un llanto interno que antes de 24 horas, al estilo del partido, se transformó en un torrente de elogios y adhesiones casi unánimes.
—Te digo “casi”, Vittorio, porque la señora Sauri no se sumó a la estampida: se quedó al margen de la acostumbrada glorificación. Creo que se sintió estafada. Y le doy la razón. Mi lectura es que aquella cuadrilla, que desde entonces maquinaba en la oscuridad para postular a Peña Nieto, pensó que, como gobernadora, no podría manejar a una mujer de los tamaños y las credenciales de Dulce María.
—¿Y determinaron, César, que su mejor instrumento sería madame Ortega? Nombres: ¿quiénes lo decidieron?
—En el catecismo, Vittorio, me enseñaron que se dice el pecado, no el pecador. El caso es que el gobierno de Yucatán y su satélite, el ayuntamiento de Mérida, han organizado, entre los vicios y pecados que los distinguen, una serie de artimañas para desviar gruesas sumas de fondos públicos con propósitos inconfesables. Entre esos propósitos está, según el hombre de la calle, el de financiar la campaña del señor Peña Nieto. ¿Cómo? Por conducto de los presupuestos inflados del túnel, el centro histórico, el museo y las 82,000 lámparas meridanas. A través del negocio de las tierras ejidales, las facturas falsas, las empresas fantasmas, la multiplicación de la deuda, etcétera.
—Ivonne fue la fachada. Mientras la señora bailaba la jarana, filmaba telenovelas y viajaba al bautizo del hijo de su compadre, mientras subía al escenario para distraer al pueblo, detrás de bambalinas se armaba la infraestructura que cantaría los números y movería las fichas durante la era ivonnense. El director era…
—¿De modo, César, que madame ha tenido su Eminencia Gris, su cardenal Richelieu?
—No uno, Vittorio, varios. El primero fue su jefe de gabinete. El número uno. El que daba las órdenes, dictaba los nombramientos y diseñaba las estrategias. El que desde entonces, o desde antes, pavimentaba ya su camino a la candidatura del PRI en 2012.
—Te refieres, César, al signore Ronaldo, ¿no? Pero ¿estás seguro de lo que me cuentas?
—Vittorio, se dice el pecado, no el pecador. ¿Que si estoy seguro? Mira, de la misa sé la mitad.
—¿Y la otra mitad, César?
—También me la sé. Eso no quiere decir que tú y la gente estén obligados a comulgar conmigo. Respeto a quien confiese que no está de acuerdo con lo que digo. Y, por cierto, no se llama Ronaldo.
—Se me olvida, César, es Reynaldo, ¿no?
—Tampoco.
Mérida, Yucatán, 11 de enero de 2012.
