feminicida de tahdziu

Reconciliación

María del Mar Boeta Madera (*)

Hace unos días, sentí sed y entré a una tienda en el Centro Histórico. Abrí la nevera, tomé la bebida y me dirigí a la caja a pagarla, como indican las reglas ciudadanas.

La joven responsable de cobrarme, quizá de veintitantos años, realizaba su labor mientras platicaba con un señor que estaba ahí simplemente pasando el tiempo. No me quedó más que escuchar su charla porque estaban junto a mí. Ni modo.

La señorita relataba que alguien quiso engañarla con un billete falso de $500, pero no cayó en la estafa: “Si tuviera más de 40 años, tal vez le hubiera creído, afortunadamente aún soy joven”.

En mi interior pensé: “Ah, entonces yo debo ser la víctima ideal de todos los malandrines del mundo. Mira qué suave…”

Este 2018 voy a cumplir 40 años. Hace más de una década, en esta misma sección del Diario, compartí un texto sobre las vicisitudes de cumplir 28 años. Hablé de esas circunstancias que vienen con las preguntas cliché: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿A dónde iré? ¿Por qué carambolas esos kilos no se van tan rápido como antes? ¿Qué me falta por hacer?

Después de esa leve crisis plasmada en texto, las preguntas mencionadas no me volvieron a perturbar. La vida siguió, cambió, gente llegó, seres humanos se fueron, me teñí el cabello de otros colores….

Sin embargo, de unos frentes fríos para acá, esos cuestionamientos regresaron y me están acompañando al lavar platos, escribir notas o simplemente cuando le pago al “joven del garrafón de agua”, o me ocupo de que no me corten la luz o el teléfono. Menciono estas actividades porque son las que forman parte del día a día de “una persona de mi edad”.

Sinceramente, me niego a ser una “persona de mi edad”. Seamos claros, la sociedad tiene ciertas expectativas para las diferentes etapas de la vida. Por ejemplo, en las décadas de los 70 u 80, una dama de 40 años debía llevar faldas largas, cortarse el cabello, usar zapatos de tacón medio y elegir colores serios.

Avanzados en el siglo XXI, aunque hay quienes consideran que ese ideal es el correcto, la verdad es que la regla se ha vuelto muy flexible. De voz para afuera aseguramos que la edad “está en el espíritu”, pero nos cuesta muchísimo vivir de acuerdo con esa afirmación.

Tengo que ser sincera: escribo estas líneas como catarsis. Estoy luchando conmigo misma para alejar esos pensamientos malévolos de lo que debo ser a los 40 años y porque creo que un tema es la aceptación de las responsabilidades y otro muy distinto es resignarnos a que ese número significa el camino directo al ocaso de la existencia.

Me mentalizo, con la ayuda de mi esposo, familia y amigos, a vivir los 40 como un replanteamiento de mi vida. Tengo que obligarme a pensar: Aún no es tarde para hacer esto o aquello, al contrario, debo hacerlo ahora ( y no me refiero a comprarme un Porsche o someterme a cirugías estéticas).

Lo que quiero decir es: Aceptarme con el inevitable paso del tiempo. Nada tiene que ser negativo. No permitirme frases de “si fuera más joven” y cambiarlas por “ahora que tengo más experiencias y arruguitas, será mucho mejor”.

Olvidemos frases clichés como “los 40 son los nuevos 20”. No. Los 40 son los 40, demos la vuelta atrás y agradezcamos todo lo vivido para alcanzar ese número. Y trabajemos porque sabemos que lo mejor siempre está a la vuelta de la esquina.— Mérida, Yucatán.

maruchan.boeta@gmail.com

Antropóloga y periodista

 

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