El oficio de incordiar
José Rafael Ruz Villamil (*)
Cafarnaún, ciudad situada en la ribera del Mar de Genesaret con una ubicación estratégica por su red de comunicaciones en Galilea, vino a ser elegida por Jesús de Nazaret como ciudad adoptiva y centro de su actividad, según consigna el evangelio de Mateo al relatar la decisión del Galileo de cambiar de residencia —“Y dejando Nazaret, vino a residir en Cafarnaún junto al mar…”— como, quizá, un signo del estilo nuevo de vida que supuso pasar de tékton en Nazaret a predicador itinerante, sí, pero con un como pivote en esta Cafarnaún donde el Maestro se hace de una casa propia.
Así y justamente en Cafarnaún, el evangelio de Marcos en su capítulo 1, muestra tres momentos de la vida del Maestro, comenzando en la comida sabática acostumbrada al terminar el culto en la sinagoga. Pedro y Andrés son los anfitriones de Jesús y, al menos, de Juan y Santiago. La mención de la casa de estos hermanos supone que se trata de una vivienda patrilocal en la que las estancias de las familias de los hijos rodean un patio común. Pues bien, una de las mujeres de la casa —encargadas de preparar y servir la comida de manera cotidiana y, de manera festiva, el Shabat— se encuentra en cama por la fiebre: se trata de la suegra de Pedro. Informado Jesús, se acerca a la mujer y, con extrema sencillez y sin mediar palabra alguna, sólo tomándole de la mano, la levanta curada: el que la mujer pueda ponerse inmediatamente a servir a los comensales, muestra su reintegración a la vida normal. Aquí vale subrayar uno de los rasgos que habrán de caracterizar al Galileo: la libertad extraordinaria con la que se relaciona con las mujeres; en este caso siendo Jesús quien se acerca a la enferma, tuvo que haber entrado en el espacio reservado a las mujeres de la casa, cosa inusual en esa Galilea del primer tercio del siglo I, donde la división de los espacios destinados a los varones y a las mujeres es tajante, aun tratándose de aquella región agrícola donde las formalidades de la observancia de la Ley eran menos rigoristas que en los medios urbanos de Judea y, desde luego, en Jerusalén.
Resulta interesante hacer notar que este relato, además de ser el más breve en la tradición sinóptica de los hechos de curación de Jesús, es el único que se desarrolla en el círculo de los discípulos y remite, por tanto, a un momento de lo que podría llamarse la vida privada del Maestro; y es que en contraste y al atardecer de aquel sábado “la ciudad entera”, enterada de la capacidad taumatúrgica de Jesús, se congrega en la puerta de la casa donde se aloja, buscando el bienestar —ya físico, ya psíquico— que este predicador trae como signo de la llegada del Reino de Dios.
Un tercer momento recuerda a Jesús de Nazaret apartado tanto de los discípulos y su entorno familiar, como de las multitudes que comienzan a agruparse en torno a él: ahora el Maestro está solo, en la madrugada, en un lugar aislado y buscado ex profeso para hacer oración, de un modo también inusual puesto que lo habitual es recitar la primera plegaria después de la salida del Sol. Poco se sabe de la oración cotidiana del Galileo: el testimonio sinóptico recuerda la plegaria de Getsemaní, aunque el evangelio de Juan resulte más prolijo en relación con esta cuestión. Con todo, siendo Jesús un judío de su tiempo y su cultura, habrá que pensar que su oración se da en el horizonte de la religiosidad de entonces, aunque el referirse a Dios como Abbá —mi querido Padre— con una connotación de intimidad entonces impensable, rebasa cualitativamente la piedad judía de su época.
Así se cierra el arco de esta jornada que muestra la imagen de un Maestro harto atípico en cuanto no admite que su autonomía venga a ser constreñida ora por los roles, ora por los clichés que marcan el orden propio de una sociedad más bien conservadora, como la que tuvo que ser aquélla de Cafarnaún —y de la Galilea toda— de entonces. Y es que si bien es cierto que toda sociedad necesita de hábitos y costumbres para conservar su identidad y cohesión, y el romperlas sin motivo alguno viene ser causa de desajustes en su funcionamiento, cuando surge una causa que se presenta como un paradigma nuevo, suele ser necesario desechar los anteriores. Así Jesús de Nazaret con la causa del Reino de Dios.— Mérida, Yucatán.
ruzvillamil@gmail.com
Presbítero católico
