La semana que hoy concluye se vio atravesada por la polémica en torno a las obras de remodelación de la Plaza Grande de Mérida y su posterior suspensión por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). La aparición de bancas de concreto, adquiridas para sustituir las tradicionales bancas de madera verde con herrería, encendió los radares de algunos cibernautas que alzaron la voz contra esta intervención. Pero, ¿por qué?
La Plaza Grande es, sin duda, el espacio más tradicional meridano. Como sucede en muchas ciudades del país, los zócalos o plazas centrales son lugares en los que diariamente converge un gran número de personas, quienes la atraviesan como parte de su rutina o se dan cita para disfrutar del entorno. Es un espacio con el que nos identificamos, cuyas características nos son familiares, y de muchas formas nos representa.
La Plaza Grande, por emblemática, ha sido sede de informes gubernamentales y tomas de posesión, cuando se ha querido dar un carácter ciudadano a estos eventos oficiales; y también ha cobijado festivales culturales, conciertos y bailes populares, lo que ha generado apropiación, goce y disfrute para muchos de nosotros.
Contrario a lo que se pudiera pensar, las voces que se alzan en contra de estos trabajos no se oponen a la evolución y la modernidad. Las alarmas se disparan cuando la intervención del espacio más importante de Mérida se va proponiendo a cuentagotas, como la continuación natural de un conjunto integral de obras.
La estructuración del proyecto, así como su socialización y puesta en marcha, ponen al descubierto una deficiente estrategia de comunicación que está centrada en decisiones tomadas con unilateralidad y que deja a la ciudadanía de lado: aislada y como testigo mudo de acciones que a todas luces no han sido sopesadas.
Una propuesta de esta envergadura, desde el punto de vista de la comunicación estratégica, debió comenzar al menos un par de años antes al exponer la intención de llevar al cabo el proyecto. Luego, urbanistas, colegios profesionales, académicos y patronatos pudieron haber sido consultados sobre ideas y propuestas. Como bien dijo Marco Tulio Peraza Guzmán, jefe de la Unidad de Posgrado e Investigación de la Facultad de Arquitectura en reciente entrevista con el Diario, los consensos son indispensables en casos como éste. Apuntó de manera muy atinada conceptos como “modernización con integración”, que incluye elementos de la misma historia, reinterpretados, sin que ello signifique sustituirlos de forma total. Se requerían opiniones plurales e informadas, para las que existen mentes con sobrada preparación en el estado.
A las reuniones de análisis con especialistas, y tomando en cuenta sus apuntes, debió seguir el lapso de realización del proyecto para su posterior concurso. Una vez puesto en marcha, los medios de comunicación, líderes de opinión y otros actores de la sociedad civil pudieron haber servido de enlace con la ciudadanía para conocer los avances a través de líneas de acción mediática que incluyeran inspecciones guiadas al lugar en el que se realizan las obras, entre otras estrategias. Nada de lo anterior, ni remotamente, sucedió. El resultado hoy está a la vista de todas y todos: árboles talados, escombros y mobiliario de los que todavía no logramos hacer sentido.
Soy muy consciente de que, cuando se está en una posición de autoridad, es imposible consultar a los ciudadanos sobre todas las decisiones que se toman, pero en este caso la relevancia del tema exigía sensibilidad y respeto. Todavía está por verse si la modificación de los espacios, además de atentar en contra de los árboles y los elementos tradicionales, e incluir otros que no han recibido el visto bueno del INAH, resulta en un diseño que garantice la inclusión de las personas con discapacidad, cambio que ciertamente es necesario no solo ahí, sino en muchos otros espacios de Mérida.
Hay que apuntar que la prisa que mueve las decisiones del gobernador Mauricio Vila, encaminadas a concluir el proyecto antes de dejar el estado para ocupar su curul en el Senado, dejan ver, entre otras cosas, un estilo de liderazgo infectado por la necesidad de trascender y la creencia de que se puede disponer de todo, o casi todo, desde una visión ególatra y unilateral; tiene que ver también con el empecinamiento de turistificar el entorno sin poner en consideración el impacto cultural.
La presente administración estatal deja muchas deudas en lo referente al aprecio y cuidado de nuestro patrimonio edificado: ahí está el Peón Contreras, aún cerrado; la casa de la Cultura del Mayab, olvidada; el CECUNY, sobreviviendo apenas. Aún faltaría ver el estado en el que se encuentra el mantenimiento del Gran Museo del Mundo Maya (después de la cancelación de un alevoso convenio que, si bien era desventajoso, al menos garantizaba el puntual mantenimiento del colosal inmueble). Sería posible trazar un mapa sobre las muchas necesidades ya existentes que pudieron ser cubiertas con el presupuesto destinado al remozamiento de la Plaza.
Hay quienes han tratado de simplificar el asunto diciendo que las bancas “no están tan feas”, que nada nos cuadra, o que hay cosas más importantes sobre las cuales manifestarse. Y sí, siempre habrá asuntos más trascendentes, relevantes, hasta de vida o muerte, pero estoy convencida de que éste no es un tema menor. Toca esperar lo que sucederá en la Plaza Grande y conocer la postura que asumirán tanto gobernador como alcaldesa electos. Veremos dónde se encuentra la sensibilidad que logre hacer las paces entre el proyecto y el clamor de la ciudadanía.— Mérida, Yucatán.
erica.millet@gmail.com
Licenciada en periodismo y maestra en relaciones públicas; exfuncionaria del Ayuntamiento de Mérida y del gobierno del estado
