Erica Millet Corona

Después de dos años de trabajo, mi libro “No me fui, sigo en casa” (Esdrújula, 2025) vio la luz en una emotiva presentación que tuvo lugar el 29 de marzo en la Filey.

Se trata de una crónica sobre violencia vicaria que retrata el caso de Adele, una mujer a quien sus hijas e hijo le fueron arrebatados por su expareja y a quien la violencia institucional, la revictimización —de la que suelen ser víctimas las mujeres al atreverse a hacer denuncias públicas—, la corrupción y la pandemia, mantuvieron sumida en una dolorosa espera de cinco años para volver a reunirse con ellos.

El libro es una crónica con testimonios literaturizados que intenta retratar, de forma veraz y respetuosa, el calvario de una madre que se enfrentó a la más dolorosa de las situaciones a que una mujer que es madre puede enfrentarse. Su publicación y posterior lanzamiento nos ponían, a los editores y a mí, ante el reto de honrar la intención de visibilizar una problemática que padecen miles de mujeres en México sin caer en el sensacionalismo.

Otro de los desafíos era balancear la historia con la intención de informar y dar a conocer este tipo de violencia.

¿Qué es la violencia vicaria? ¿Pueden los hombres ser víctimas? ¿De qué mecanismos legales pueden valerse las mujeres para afrontarla? La psicóloga argentina Sonia Vaccaro acuñó el término en 2019 y la definió como la violencia que busca ejercer daño a una mujer a través de sus hijos. Atenta contra el instinto de maternar.

El violentador sabe que separarlos de la madre o incluso dañarlos, es asegurarse de que este daño alcanzará a la mujer y le dejará cicatrices imborrables.

Recientemente tuve la oportunidad de regresar a la sala de lectura “Lectores de Cottolengo”, guiada por el activista y promotor de la lectura Eduardo Castañeda quien, de una manera osada, propuso hablarles sobre violencia vicaria a los internos que voluntariamente asisten cada viernes a este espacio lector.

Ser testigo del poder reformador de la literatura en Cottolengo es un privilegio enorme, pero también puede resultar intimidante. Algunos de los asistentes se muestran receptivos desde el principio y otros, van bajando las defensas conforme transcurre la hora destinada a la conversación; no obstante, otros semblantes no dejan adivinar su complacencia o desagrado; es difícil descifrar sus expresiones.

Apenas transcurridos algunos minutos de mi exposición, un hombre de semblante adusto, sentado al final del largo tablón de madera levantó la mano: “Tengo entendido que algunos varones también son despojados de sus hijos, víctimas de este tipo de violencia”, dijo. Un centenar de ojos se clavaron en mi cara en espera de la respuesta.

Si bien es una pregunta difícil de contestar, debo reconocer que no me tomó por sorpresa. Muchos hombres que entran en contacto por vez primera con el término “violencia vicaria” manifiestan la misma inquietud.

Sí, es verdad que el sexo masculino puede, en algunos casos, ser víctima de alienación parental, obstrucción del contacto o manipulación emocional hacia los hijos por parte de una mujer con intenciones de alejarlos del padre, pero la clave para identificar violencia vicaria, como tal, se encuentra al reconocerla parte de un patrón en el que la mujer ha padecido antes otras violencias dentro de la relación (física, sexual, económica y psicológica) antes de que el victimario decida lastimarla a través de los hijos.

Esto generalmente se detona cuando la mujer manifiesta intenciones de romper este círculo de violencia. Otros familiares o incluso mascotas pueden ser también objetos activos de esta crueldad, pero en una gran mayoría de los casos, serán los hijos el blanco elegido.

Ahora que es posible nombrarla, es más fácil identificar los casos que son más frecuentes de lo que nos gustaría reconocer y traen consecuencias devastadoras en la salud mental de las hijas e hijos, atenta de manera feroz contra el vínculo materno, y muchas veces pone en riesgo la vida de la madre.

El feminicidio de Emma Gabriela Molina Canto, asesinada a las puertas de su casa en 2017, es quizá uno de los más dolorosos ejemplos documentados del patrón que la violencia vicaria sigue y las consecuencias funestas que puede alcanzar si no se cuenta con una respuesta efectiva del Estado.

Yucatán ha tomado medidas para reconocer y penalizar este tipo de violencia buscando proteger a las mujeres, niñas, niños y adolescentes, pero aún nos hacen falta autoridades sensibles, servidores que juzguen con perspectiva de género y que echen mano de la legislación vigente de manera expedita cuando un caso lo amerite.

Como sociedad, necesitamos normalizar el uso del término, visibilizar, nombrar los casos, dolernos juntas y juntos. Es necesaria la conciencia colectiva para poner a salvo a quienes sufren y acarrean las consecuencias de este tipo de violencia.

* Si usted o alguien que conoce es víctima de violencia vicaria puede acudir a: frentenacional.informacion@gmail.com.— Mérida, Yucatán.

Correo: erica.millet@gmail.com

*Escritora y periodista.

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