Cuando Harry S. Truman asumió la presidencia de los Estados Unidos en 1945, lo hizo en uno de los momentos más determinantes del siglo XX. La muerte repentina de Franklin D. Roosevelt lo empujó a un cargo para el cual —según él mismo admitió— nadie podía estar completamente preparado.
Recibió un país en guerra, un mundo fracturado y decisiones que marcarían generaciones: la autorización del uso de las bombas atómicas, la reconstrucción de Europa, el inicio de la Guerra Fría, la creación de las Naciones Unidas, el Plan Mar- shall, la Doctrina Truman. En su escritorio colocó un letrero que decía: “The buck stops here”. Con él dejaba claro que las decisiones, con sus riesgos y consecuencias, no serían delegadas ni evadidas. Que la responsabilidad final era suya.
Hoy, casi ocho décadas después, esa frase suena más revolucionaria que nunca. Mientras nuestros políticos se han vuelto especialistas en la evasión, Truman nos parece casi un héroe moral.
Vivimos en tiempos donde el gobierno en turno culpa al anterior, el anterior al que vino antes, y así el país entero se hunde en una cadena infinita de excusas. Nadie dice “me toca a mí resolverlo”.
Quieren el poder, pero no la carga; el cargo, pero no la responsabilidad. Ninguno dice “hasta aquí llega la cadena de excusas; a partir de aquí respondo yo”.
Pero sería demasiado fácil dejar este reproche solo en la esfera política. También nosotros, como ciudadanos, hemos abandonado esa valentía moral que Truman exhibía. Nos hemos vuelto hábiles en justificar nuestras fallas mirando hacia afuera.
Culpamos a nuestros padres, a la economía, a la sociedad, al país que nos tocó nacer. Decimos que no podemos, que no depende de nosotros, que las circunstancias mandan. Y así, evadimos la incomodidad de asumir que, aunque no somos responsables de todo lo que nos sucede, sí lo somos de lo que hacemos con ello.
“The buck stops here” no es un slogan o una frase presidencial: es una declaración de adultez cívica, emocional y moral. Es mirarse en el espejo y aceptar que no elegimos todas las circunstancias, pero sí elegimos nuestras respuestas. Que no somos responsables de la historia que heredamos, pero sí de la historia que empezamos a escribir desde hoy. Que uno, simplemente, debe hacerse cargo. Porque las sociedades no cambian con discursos, sino con actos. Y el primer acto transformador es asumir responsabilidad.
Qué bien nos haría, como país e individuos, recuperar algo del espíritu de Harry S. Truman. No su ideología, no su época, sino su espina dorsal. Esa firmeza que no necesitaba grandes discursos, solo carácter. Ese espíritu que no negaba la dificultad del mundo, pero que tampoco buscaba refugio en la evasión. Que entendía que gobernar —y vivir— implica tomar decisiones difíciles y aceptar sus consecuencias.
Ojalá nuestros gobernantes recordaran su frase. Ojalá nosotros también. Porque quizás, si cada uno colocara ese pequeño letrero en su escritorio, en su casa o en su conciencia, comenzaríamos a construir el país —y la vida— que tanto reclamamos.
Presidente del IMEF Quintana Roo
