Foto: Megamedia

Presbítero Manuel Ceballos García

Para pedir hay que tener fe.

Es posible que, una vez en casa, san Pedro se excusara de las deficiencias del servicio haciendo notar a Jesús que su suegra se hallaba enferma. La curación ocurre súbitamente y la mujer se pone a servir a los invitados, algo raro en una casa palestina donde el que sirve es el varón, el jefe de la familia.

La noticia de las dos primeras curaciones de Jesús en Cafarnaún, la primera de ellas en la sinagoga y esta segunda en casa de san Pedro, llega a todas partes.

Acabado el descanso sabático con la puesta del sol, aquél mismo sábado por la tarde se concentra ante la casa de san Pedro una multitud de enfermos que buscan el remedio de sus males. Probablemente Jesús los curó a todos, ya que “muchos” significa con frecuencia en el texto original la especificación de “todos”.

Jesús sabe que la gente está hambrienta de sensacionalismos y no tanto de la palabra de Dios. Y lo suyo es predicar el Evangelio. No viene al caso seguir haciendo milagros cuando no se supone la fe y la acogida del Evangelio.

Pues todo milagro debe ser el apoyo y la realización visible de la palabra de Dios que anuncia el advenimiento del Reino.

Así pues, el punto de referencia fundamental es Cafarnaún. Allí, entre las paredes de la casa de san Pedro, Jesús curó a la suegra del Apóstol de la fiebre que tenía y, luego, se puso a servirles la cena. Allí, san Marcos ambienta el misterio siempre extraordinario del sufrimiento humano.

Los antiguos rabinos definían la fiebre como “el fuego que bebe la energía de las personas”; pero Jesús se inclinó sobre aquel lecho, tomó la mano y levantó a la mujer.

No pronunció palabra ni dijo alguna oración (como lo hizo san Pablo cuando en la isla de Malta curó de la fiebre al papá de Publio, funcionario romano, Hch 28, 8).

Aquí Jesús curó con la divinidad todavía no revelada a los ojos de los espectadores que esperaban lo que sólo Él podía hacer. San Marcos multiplica los objetivos que indican la totalidad por la cual la obra de Jesús parece superar los confines estrechos de esa región palestina y de ese modesto centro de Galilea: “Le llevaron a todos los enfermos y todo el pueblo se reunió junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males… ‘Todos te andan buscando’. Y recorrió toda Galilea”.

Así pues, todos nosotros, enfermos del cuerpo y de la conciencia, necesitamos esa mano de Jesús que cura de los diversos males y nos devuelve la paz. Si la carne puede ser confiada a las manos sabias de un médico, nuestro espíritu, que proviene de Dios, sólo en sus manos lo podemos confiar.

 

Noticias de Mérida, Yucatán, México y el Mundo, además de análisis y artículos editoriales, publicados en la edición impresa de Diario de Yucatán