PRESBÍTERO MANUEL CEBALLOS GARCÍA
“Se les abrieron los ojos y lo reconocieron”
Jesús dio alcance a dos de sus discípulos que se dirigían a Emaús. En otro tiempo, aquellos discípulos lo habían abandonado todo para seguir a Jesús de Nazaret; pero, ahora abandonaron la esperanza y regresaban a casa con muchos recuerdos y desengaños.
Ellos vieron en Jesús a un profeta acreditado ante el pueblo por sus palabras y por sus obras; ellos esperaban de Jesús la salvación de Israel y, posiblemente, alguna ventaja personal…; pero todo había terminado con su muerte: antes de iniciar su obra sucumbió bajo las insidias y el odio de sus enemigos, sin que Dios hubiera intervenido en su favor, ni antes ni después de ser clavado en la cruz.
De todo esto iban hablando en el camino cuando Jesús se mezcló en la conversación como un desconocido.
Jesús quiso hacerse invitar por aquellos discípulos. Ellos insistieron en que se quede, aludiendo a que ya era tarde; sin embargo, era costumbre honrar al huésped, invitándole a presidir la mesa.
En ese caso, el huésped pronunció la acción de gracias y partió el pan para iniciar la comida, según era la costumbre. Con toda probabilidad, Jesús tenía un modo peculiar de dar gracias y de partir el pan, y fue por ello, que fue reconocido entonces: “¡Es el Señor!”.
Es pues, el relato de hoy, una de las páginas más extraordinarias de san Lucas al grado que ha inspirado letras de cantos, cuadros al óleo y relatos muy bellos como el de Francois Mauriac en su “Vida de Cristo”. Este relato es un retrato vivísimo de la crisis de fe, de la desilusión, de la vana discusión para llenar un vacío que se va haciendo más angustioso. Pero, milagrosamente se encendió una luz cuando apareció otro hombre con quien hablar.
Aquellos dos discípulos reconocían que aquel Jesús en el que habían esperado, había sido, sí, “un hombre poderoso en palabras y obras”, pero su final había sido un fracaso. Entonces, aquel desconocido les explicó las Escrituras y, ante aquellas palabras, el corazón de los dos discípulos volvió a “arder”, es decir, revivieron los sentimientos de aquella primera vez que lo vieron y lo escucharon.
Aquellos gestos fueron muy propios y particulares del Maestro: “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”; y, ante aquel pan eucarístico fraccionado, “sus ojos se abrieron y lo reconocieron”. “Reconocer”, en el lenguaje bíblico, es el verbo de la fe. Aquella “chispa” que había comenzado a arder durante el camino, ahora es como un incendio.
Esta estupenda narración es la historia de un “viaje espiritual” a través de los caminos desolados de la duda, en medio de la tierra oscura de la crisis de fe. Sin embargo, aun en este camino la persona no está sola, porque Dios está siempre, aunque secretamente. Santa Teresa de Ávila escribió: “Toda nuestra oscuridad arrastra consigo un brote de luz”. Cristo pasa continuamente por nuestros caminos tocando a nuestras puertas; nos corresponde a nosotros saberlo reconocer y recibir con alegría.
