(Primera Columna publicada el 13 de septiembre de 2008)

Anoche continuaron en la Plaza Grande las reuniones de Vittorio Zerbbera, César Pompeyo y el reportero sobre los degollados y otras convulsiones que ha tenido, y se teme que pueda tener, la guerra por el dominio del mercado de las drogas en Yucatán.

La junta, en la banca de costumbre, fue pospuesta para la noche porque el doctor Zerbbera (con zeta y doble be), por instrucciones de la Universidad de Palermo, estuvo por la mañana y parte de la tarde ante la televisión y la compu-tadora para ver la llegada de Benedicto XVI a París y oír los discursos que pronunció.

—Algunos conceptos del Papa, los medulares, parecen dirigidos a los yucatecos, a los mexicanos en general —reportó don Vittorio—. Les dijo a los franceses que la religión tiene, como formadora de conciencias, un lugar irreemplazable en la política. Les dijo también que los laicos católicos tienen, con su testimonio personal y colectivo, un papel clave en la promoción de la verdad, la justicia, la honradez y otros valores morales que dan paz a la sociedad. La paz entendida como suma de todos los bienes.

—La paz y seguridad —continuó el señor Zerbbera— que vosotros los yucatecos estáis en peligro de perder porque el papel de vuestros laicos en la defensa de la verdad, la honradez y la justicia está muy lejos de ser clave. Yo diría más bien que ese papel es insignificante, porque las estadísticas que hemos analizado aquí en la banca y usted, reportero, ha publicado en su periódico revelan una indiferencia, una falta del sentido de responsabilidad que explica el auge de las conductas delictuosas que hoy les asustan y meten miedo.

—Estadísticas —prosiguió— que revelan que apenas el seis por ciento de los laicos mexicanos participa en el apostolado y en la catequesis, que son, con las homilías de las misas, las tres vías principales para difundir esos valores, porque se trata de valores que tienen su base y mejor expresión en la religión. Tú mismo, César, me explicaste anoche que la educación es un caso perdido hasta hoy, porque la enseñanza de la moral está ausente en las escuelas públicas mexicanas. Escuelas donde estudia más del 80 por ciento de los mexicanos. Escuelas a las que asisten en su mayoría vuestros futuros líderes.

—Insisto en este tema porque la Universidad de Palermo y el MMM (Movimiento Mundial contra la Mafia) coinciden con Benedicto XVI en que la religión tiene un lugar irreemplazable en la política, que tantas veces está al servicio de los narcos cuando no son éstos los que están a las órdenes de los políticos. He recibido, por esta razón, instrucciones de que asista a vuestras misas, a un muestreo, claro, para ver cómo los sacerdotes aplican la religión a la actualidad yucateca y sus proyecciones estremecedoras. Sicilia confía en que los barones de la droga todavía no dicen la misa en vuestros templos. En la mayoría por lo menos.

—He constatado, César, que vais por buen camino. Oí la misa sabatina de privilegio en la rectoría de San Antonio de Padua, allá en el norte. El domingo por la noche regresé a la misa de siete y cuarto en la iglesia de la Divina Misericordia. Ambos celebrantes hicieron del evangelio una interpretación ortodoxa que encajó con exactitud en cuadro problemático de Yucatán. Con palabras distintas, pero con la misma intención terapéutica del evangelio de la denuncia, el que escribió San Juan, y de las palabras bíblicas de advertencia que no legó Ezequiel.

—Recuerden el aviso que el profeta nos deja en la primera lectura: tú serás responsable de la muerte del malvado, pues si no lo amonestas para que se aparte del mal camino, por tu culpa morirá. ¡Qué bien para Mérida que sea el apóstol amado quien recomiende con rigor en el evangelio la llamada de atención al hermano que peca! Primero con caridad, a solas; luego con prudencia, ante testigos, y después en denuncia valerosa frente la sociedad antes de apartarte del pecador, como si fuera un pagano, si se enterca en su mal comportamiento.

—En San Antonio, el Padre Miguel Castillo enhebró con la palabra de Dios una homilía que encaminó a los fieles a despegarse de la apatía, a dejar atrás la pasividad y participar en el saneamiento y rehabilitación de la sociedad. En la Divina Misericordia, el Padre Alfredo Cirerol se refirió a la indiferencia cívica y moral con frases como éstas: si tú dices que ni entras ni sales, que ni compras ni vendes, el vacío que dejas con tu ausencia será ocupado y aprovechado por quienes quieren dañar a la sociedad. El interés de las feligresías y sus comentarios posteriores subrayaron la puntería de ambos sermones, que postularon la valentía cristiana de la acción apostólica contra la cobardía moral de los brazos cruzados.

—En la balanza que mide la eficacia de los remedios para curar a las comunidades enfermas que entran en trance de crisis como el vuestro —concluyó don Vittorio—, el platillo de las homilías pueden pesar tanto o más que el platillo de los tanques y las ametralladoras. Las armas largas son a veces necesarias para vigilar y defender. Las homilías pueden hacer innecesarias las armas largas que vosotros estáis viendo hoy a la vuelta de la esquina. Reportero, dale buen lugar mañana sábado en tu periódico al discurso de Benedicto XVI a los franceses. Hay párrafos que parecen dirigidos a los yucatecos, a vuestros jóvenes, a sus padres y a sus maestros. No se puede esperar que les remuerda la conciencia a los decapitadores y sus gatilleros. No les puede remorder lo que no tienen. Recordad el aviso del Papa en París: la religión tiene un papel irreemplazable porque forma conciencias.

En la primera sección de hoy, en la página editorial y en la sección internacional, el “Diario” se refiere con amplitud a las palabras del Papa en el viaje a Francia que inició ayer.

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