(Primera Columna publicada el 29 de noviembre de 2007)

Un lector de la columna, Emilio Gamboa Patrón, envía a este periódico una carta sobre ciertas dudas de César Pompeyo aireadas anteayer. Las dudas se contraen al monto de las inversiones del señor Gamboa en la Inmobiliaria Chablekal: “¿Una fortuna? ¿Ninguna?”.

Don Emilio se pronuncia por la segunda conjetura y se deslinda materialmente del pasado risueño, el presente inquietante y el futuro nebuloso de la acreditada institución de compraventa de oportunidades agrarias.

“Jamás he invertido capital alguno en la inmobiliaria mencionada”. Ésta es la precisión que solicita en la carta. Estamos seguros de que el “Diario” publicará el texto íntegro de la misiva hoy mismo, en el sitio adecuado.

Prudente precisión, porque ahorra a don Emilio el contratiempo de apoquinar una parte de los 500 millones que los inmobiliarios tendrán que desembolsar si las hectáreas adquiridas para construir el Yucatán Country Club son el fruto ilícito de un robo calificado que importa aquella cantidad, según conocida denuncia de la procuraduría y desconocido avalúo referenciado.

Este atentado financiero es el meollo de la acusación que el gobierno formuló para arrastrar a José Carlos Guzmán Alcocer en un expediente que, con algunas reformas y omisiones, el ministerio público remitió al juez tercero de defensa social, Jesús Rivero Patrón, para solicitarle que librara, como en efecto libró enseguida, la orden de aprehensión contra el ex director de la Cousey como responsable del presunto millonicidio.

Antes de seguir adelante diremos que don Jesús es uno de los candidatos a cubrir una de las próximas vacantes en el cuerpo de magistrados del Tribunal Superior de Justicia del Estado. No sabemos si felicitarlo o darle el pésame. Mientras nos inclinamos hacia uno u otro sentido, anticiparemos que en medios judiciales privados la impresión de que la candidatura del abogado Rivero estará sujeta en estos días a la estrecha vigilancia e incisiva inspección de Palacio.

Seguimos adelante. En círculos macroeconómicos se considera que la prudencia de don Emilio al sacar las manos de Chablekal no significa de ninguna manera que abandone a su negra suerte a los inmobiliarios. Aquí cabe recordar que uno de los capitalistas chablequistas es Mario Gamboa Patrón.

La carta aquella tiene dos pares de renglones fraternales. “Con relación a mi hermano Mario, quien es un empresario de años atrás, los yucatecos tienen conocimiento de la transparencia con la que ha hecho sus inversiones en el estado”.

Nítida y clareosa la intención aparente que don César Pompeyo, si leyera la carta, atribuiría a esos cuatro renglones que no tienen desperdicio. El diputado Gamboa precisa que su hermano no nació ayer: es un empresario con colmillo. La segunda precisión es inapelable. Fíjate, lector, que no es él, don Emilio, quien rinde el testimonio redentor. Somos nosotros, los yucatecos, que no somos parientes sino terceros en concordia (discordia es el término legal), los testigos de la transparencia de don Mario.

Leamos la carta entre líneas. Experiencia más transparencia igual a Country Club. Con la veteranía que le distingue, don Mario no hubiera invertido un quinto si el negocio no fuera transparente. Un capitalista colmilludo y diáfano no hubiera permitido que le tomen el pelo, que le den gato por liebre, que le propongan un avalúo criminal en vez de un avalúo referenciado. Por extensión, los demás inmobiliarios también son translúcidos. La carta de Emilio Gamboa Patrón a este periódico es un certificado de salud, higiene y sanidad a favor del Country Club. Chablekal es una casa de cristal.

No nos hemos olvidado de las reformas, omisiones y otros maquillajes que el ministerio público practicó al expediente antes de remitirlo al juez de la candidatura. La procuraduría elimina el delito de coalición de funcionarios. En cristiano esto quiere decir que Guzmán Alcocer es el progenitor de Tarzán, el papá de los pollitos. Él solito, en solitario, como diría un colega español, planeó y ejecutó el atraco.

Lo que se ha filtrado del expediente precisa que el señor Guzmán robó unos documentos especializados. La desaparición de estos papeles le permitió, primero, engañar como chinos a Patricio y toda la ex corte celestial, y segundo, llevarse al baile a los inmobiliarios. El malo de la película se despacha a las blancas palomas, pluma por pluma.

Una imprecisión: no queda claro por qué los colmilludos salieron a bailar con la más fea. Esperamos que el juicio tenga la transparencia necesaria para ver dónde están los 500 millones.

¿Y don César, qué dice don César a todo esto? Que todos tarzanes o todas palomas.

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