(Primera Columna publicada el 2 de diciembre de 2007) Sábado por la tarde. Cambio de impresiones en la banca de costumbre sobre la tángana de Chablekal. Don Vittorio Zerbbera discute con el reportero mientras le hace pregunta tras otra para averiguar lo que ignora, que es mucho, y comprender lo que no entiende, que es más. César Pompeyo interviene como árbitro.
—¿Cuántos delitos se requieren para dictar un arraigo?
—Ninguno. Son optativos, nunca imperativos.
—Los ministeriosos, ¿son públicos o privados?
—Las dos cosas. Cuando lo que hacen es privado no se lo dicen al público.
—Un ejemplo, por favor, de lo público que es privado
—El avalúo referenciado. Sólo ellos lo conocen. El juez no quiere conocerlo. El acusado sí, pero no lo dejan. Los ministeriosos dicen lo que no hacen y hacen lo que no dicen.
— ¿Es lícito que el ministerio tenga misterios?
—Aquí la ley no tiene curso legal. La validez de un hecho no estriba en su licitud: depende de quien lo haga. Si lo hace el ministerio todo vale.
—A quién le van ustedes? ¿A los misteriosos oa los ejidatarios?
—Pregunta extraviada. Los ejidatarios perdieron hace rato. Ni siquiera llegaron a cuartos de final. Rehaga su pregunta.
—A ¿quiénes les van ustedes? ¿A los misteriosos oa los inmobiliarios?
— ¿Que a quién le vamos? Nosotros ni vamos ni venimos: nos quedamos. Quedamos en que no declaramos. Somos ausentes. Ausentes con pasaporte, visa e itinerario.
— ¿Son ustedes inmobiliarios?
—Ellos también son ausentes, si a eso se refiere usted.
— ¿Qué se necesita aquí para estar ausente? Me lo van a solicitar en Sicilia.
—Sólo un requisito: que se lo trague el juez.
—Ya que habla usted de jueces, ¿se practica aquí en los tribunales las reglas del “fair play” en el juego? (se pronuncia ferplei).
—Nuestros jueces sólo juegan con la ley. Es su juguete. Con las honrosas excepciones de costumbre, claro. Pero ya que las menciona usted, ¿cuáles son las reglas del ferpléi? ¿Quién las puso?
—El barón de Coubertine. El barón, bautizado Pierre de Fredi, nació en París. Por cierto acaba de cumplir 70 años de su muerte en Ginebra, en septiembre de 1937. Él puso las reglas del ferpléi para las Olimpíadas. Ferpléi significa “juego limpio” en el español de ustedes.
—Las reglas del juego limpio son diez —continuó don Vittorio—… Aquí están (le dio un papel al reportero). Te diré de una vez las principales, traducidas a la jerigonza judicial: Respetaré al reo como a mí mismo… No recurriré a trampas ni artificios para dictar mi sentencia… Ayudaré al acusado con mi presencia, mi experiencia y mi comprensión… Prestaré ayuda a cualquier prisionero que corra peligro… Seré un verdadero embajador de la ley, contribuyendo a que a mi alrededor se respeten los principios anteriores.
—No, don Vittorio, nosotros no tenemos principios, sólo multas. Nosotros no jugamos como juegan ustedes ni en Tixkokob, ni en Chablekal. Tampoco en el ministerio. No tengo noticias que esas reglas del marqués de Chupetín estén vigentes en los tribunales.
—Barón, señor periodiquero, no marqués. Se llama Coubertín, no Chupetín.
—Por eso no entiende usted nada, signore. Aquí si no chupas no llegas ni a diputado, ni a senador, ni a gobernador, ni siquiera a juez. El que chupa está en la grupa, el que no, en la gruta.
—Pues en Sicilia, caro amico, esas reglas han pasado del deporte a la cátedra, a las ciencias exactas, a las profesiones liberales. Las practican los filósofos, los poetas, los abogados, los ministeriosos como tú los llamas, los jueces. Por ejemplo, en los tribunales de Palermo, los jueces no sólo aceptan todos los testigos y todas las pruebas que quieren presentar los acusados sino que los ayudan a localizarlos, si están ausentes, ya presentarlos, aunque haya que arrastrarlos. Está en la ley.
—También está en la nuestra. Le decimos constitución, pero sigue siendo ley. Y las leyes, como le dije, son los juguetes de los jueces. Ya que a usted le encantan los ejemplos, le pondré uno. En la guerra de Chablekal, el único prisionero pidió que traigan al juicio, en calidad de testigo, al autor del avalúo referenciado, que es uno de los enigmas del ministerio. Nosotros no sólo somos la sede mundial de la coca. Somos la capital del misterio…
—Por qué no vas al grano, reportero? —refereó don César, con acento de rey de España.
—Ya voy, ya voy… El avalúo referenciado, don Vittorio, es la base de la acusación. Sin ese avalúo el ministerio está más perdido que los ejidatarios. Tal vez en Sicilia o en la Conchinchina el juez ordene que se presente ipso facto el tasador como ha pedido el prisionero. Pero aquí el juez se niega a que venga y si viene ha prohibido que se presente. En nuestras guerras, trifulcas y otras tánganas las diez ordenanzas de Chupetín son letra muerta desde hace más de 70 años. Aquí los jueces sólo tienen un mandamiento: “Amaras al Ejecutivo sobre todas las cosas y al ministerio como a ti mismo”.
¿Juego limpio? —continuó el periodista—. Tendríamos que empezar por limpiar los avalúos. Lavar las denuncias. Depurar las querellas. Fumigar los ministerios. Descarbonizar los expedientes. Pasteurizar los autos de prisión formal. Desinfectar las sentencias. Destupir los tribunales. Barrer y trapear los…
—No es para tanto, reportero —lo atajó Pompeyo—. ¿Qué vamos a hacer con tanto desempleo?
El señor Zerbbera no hizo más preguntas. “Una furtiva lágrima”, como en la ópera, rodó por los surcos de su mejilla agrietada por los soles mediterráneos. Lloraba. Don Vittorio lloraba por Pavarotti, porque por todo lo demás, como dijo Emilio, ya ni llorar es bueno.
—¿Cuál lo dijo? El que está, el que viene o el que se fue.
El remate de las campanas de Catedral, llamando a misa de privilegio, apagó la voz de la respuesta. Vittorio, César y el reportero cruzaron la 60, ofrecieron el santo sacrificio por Yucatán y luego, juntos, arrodillados ante la milagrosa imagen del Cristo de las Ampollas, oraron por la santificación de los jueces.
