Cambios en nuestro planeta

Héctor Velázquez Fernández (*)

Estamos acostumbrados a dividir la edad de la Tierra en diferentes eras, periodos, épocas que aunque obedecen a una división que podría pensarse más o menos arbitraria, tienen cierto fundamento en los cambios del estrato terrestre, el registro fósil y la absorción y desaparición de determinadas sustancias en nuestro planeta; aunque al hombre común y corriente le es familiar distinguir las etapas terrestres en las que aún no había vida respecto de aquellas en las que aparecieron los seres vivos, más tarde los animales gigantes, y finalmente nosotros.

En referencia a la edad de la Tierra, hace un tiempo que se viene hablando del Antropoceno como una supuesta nueva era geológica, que habría sustituido ya la era Cenozoica en la que nos encontramos hace unos 60 millones de años y en la que los continentes tomaron su forma actual y las últimas glaciaciones cedieron espacio al hombre moderno.

Quienes hablan del surgimiento del Antropoceno (anthrpos, “hombre”, y kainos, “nuevo, reciente”) como una nueva era geológica, argumentan que la influencia humana habría dado pie a tales cambios climáticos y globales en la modificación medioambiental, en la biodiversidad y en el sedimento de los suelos mediante la agricultura y la ganadería (cerca de la cuarta parte de los árboles del planeta están involucrados en terrenos de agricultura), que se habría causado una transformación más radical que los efectos provocados por el agua, el sol, la tierra o el aire en toda la historia de nuestro planeta.

Quienes se oponen a la idea de que nos encontremos ya en la era Antropoceno afirman que si bien es cierto que los criterios para delimitar el cambio de era en la Tierra refieren a la composición de los suelos y su estratificación, los registros fósiles, etc., todo ello apunta sobre todo hacia un análisis del pasado y no hacia una proyección de cara al futuro, por lo que sería muy complicado establecer hasta qué punto la influencia actual del ser humano en la Tierra marcaría un hito sostenible en el tiempo, al grado de haber detonado una nueva era geológica.

Y es que el impacto del ser humano en los ecosistemas es actualmente objeto de estudio de diferentes ramas de la bioingeniería, que intenta paliar sus efectos en la naturaleza; y de conseguirlo, hablar del Antropoceno como una nueva era quedaría sin sustento científico.

Entre los proyectos actuales para mitigar el impacto ecológico de la actividad humana destacan los dirigidos a resolver la emisión de gases tóxicos, cómo atraparlos, reciclarlos y eliminar sus efectos nocivos; al igual que los proyectos para la reutilización de las aguas residuales, la disminución de los efectos de la quema de combustibles fósiles, el reflejo de la radiación solar hacia el exterior o la incorporación de fitoplancton en los océanos para recuperar su oxigenación a favor de las especies marinas.

Si en verdad el desastre causado por el ser humano con las planchas de concreto en las ciudades o la explotación de las maderas y la extinción de los ríos o la deforestación de los bosques nos hubiera metido en una nueva era geológica provocada por nosotros, los humanos del futuro habrían de estudiar los fósiles de nuestros animales domésticos, los restos del vidrio, del cemento, del ladrillo rojo y gris, a fin de determinar qué hicimos para extinguirnos tan irresponsablemente.

Sin embargo, la geología trabaja con otros criterios muy diferentes a los análisis catastrofistas, y solo a posteriori podremos saber si la era Cenozoica terminó en el siglo XX y dio luz al Antropoceno, pues las eras solo se establecen hacia atrás y no hacia adelante en el tiempo. Mientras tanto, el Antropoceno seguirá siendo solo tema de documentales medioambientalistas pero no parte de los criterios científicos para analizar los cambios por los que ha pasado nuestro planeta.— Puebla, Puebla.

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Catedrático

 

Entre los proyectos para mitigar el impacto de la actividad humana, destacan los dirigidos a resolver la emisión de gases tóxicos, cómo atraparlos, reciclarlos y eliminar sus efectos nocivos