Una línea de espíritu

Rubí Briceño Correa (*)

Dejar una “línea de espíritu” a lo que se hace es permitir un error o imperfección deliberadamente, una marca o sello que altere el patrón e invite a repetirlo, que obligue a continuar, a mejorar, porque es verdad que progresamos, no cuando hicimos todo, sino cuando aún hay algo por hacer…

Las artesanas de una tribu muy antigua aplicaron este sistema a manera de firma para sus piezas que, por ende, eran únicas pero siempre perfectibles. Su miedo a dejar todo listo y perfecto y perder el impulso de seguir dio lugar a la “línea de espíritu” que hoy nos hace reflexionar.

Este fenómeno lo vemos muy claro en el ámbito de las ilusiones… ¿qué puede ilusionar a quien lo tiene todo o cree tenerlo todo? Si ya no hay algo que pueda desear, ¿para qué y por qué luchar? ¿Hacia dónde van sus pasos si no hay un camino a seguir? El vacío en el alma puede tornarse cada vez más grande y la desesperanza hacer presa de quien, a los ojos de los demás, es afortunado porque nada le falta.

La “línea de espíritu” equivaldría a la ilusión que motiva la lucha de cada día, a ese sueño realizable o no, pero que nos hace dar lo mejor para avanzar hacia lo que queremos.

Cuando se pierde la capacidad de soñar y esforzarse por realizar los sueños, también se bloquea la inigualable satisfacción que desencadena un logro alcanzado, por mínimo que parezca.

Si vemos a los hijos como obras de arte, en tanto en nuestras manos está moldearlas y adornarlas con los valores y virtudes que procuramos inculcarles, quizá también deberíamos dejar en ellas esa mágica “línea de espíritu” que los guíe en el camino del crecimiento hacia ser mejores personas.

Muchas veces solemos manifestarles nuestro amor dándoles cuanto podemos y hasta lo que no está en nuestras posibilidades reales. Buscando ser los padres perfectos les evitamos trabajos, privaciones y sacrificios que, lejos de hacer daño, son los que tatúan con tinta indeleble la cultura del esfuerzo, esa que desarrolla la capacidad de otorgar su verdadero valor a las cosas y garantiza recodar de qué estamos hechos.

Hay que dejar en sus manos algunas responsabilidades y darles oportunidad de perfeccionarse en sus tropiezos, errores y caídas…

Es entonces cuando llega al alma la definición de Eduardo Galeano en su libro de los abrazos, donde recordar, del latín recordare (re: de nuevo y cordare, de cordis: corazón), significa ¡volver a pasar por el corazón!, para sentir una y otra vez el gozo de mantener viva la “línea de espíritu” dejada en nosotros como el más grande regalo.— Mérida, Yucatán.

rubialejandrab@yahoo.com.mx

Psicóloga y periodista