He decidido dedicar esta editorial para exponer el sentimiento de incomprensión y aceptación que ha despertado el anuncio, con bombo y platillo, de la nueva versión de las farmacias del bienestar. Un intento más de hacer realidad un sistema de salud con acceso a todos, principalmente para los pobres. Y cuando expreso incomprensión me refiero a que siento mi inteligencia minimizada o tratada como la de un niño a quien le mienten sus papás a fin de no revelarle la verdad de las cosas y situaciones vividas en lo cotidiano.
Durante estos siete años de Cuarta Transformación la soberbia ha sido la carta de presentación de sus dirigentes, ya que las múltiples versiones e intentos por resolver la escasez de medicamentos y las urgentes demandas de los ciudadanos, no son tomadas en cuenta, no son escuchadas; porque todo discurso crítico es visto como manifiesto de guerra de la oposición.
Nadie posee la verdad y la razón más que Andrés Manuel López Obrador y ahora su delegada Claudia Sheinbaum Pardo, son ellos en quienes reside la infalibilidad de la palabra y obrar. Pero quienes vivimos el mundo real, quienes hemos llevado a nuestros familiares o acudido a alguna visita a los enfermos en los centros de salud constatamos que no existen los medicamentos básicos o que las instalaciones carecen de mobiliario digno para acoger y albergarlos.
Como ministro de culto ante la solicitud de asistir espiritualmente a quienes están por morir he compartido las travesías y los viacrucis que pasan los que cuidan del agonizante. Cómo no sentirse burlado al contemplar que se despilfarran millones de pesos al construir una mega farmacia sin un análisis previo de su viabilidad, sin consultar a los expertos en la materia para atacar el verdadero problema de la distribución y el acceso más ágil de las medicinas que, para una persona enferma, son vitales y cruciales en la estabilidad de su salud. Cómo no expresar inconformidad al ver que se convoca a una festividad en el Zócalo para ensalzar las acciones inexistentes y para proclamar discursos cargados de egolatría y cerrazón.
Sabemos que no existe sistema político perfecto y que la democracia conlleva largos procesos de escucha y análisis, pero no considerarla o eliminarla de raíz por ser la portavoz de los que no son afines al populismo actual, es un grave error. Ya que las naciones más prósperas han alcanzado estabilidad y abundancia precisamente por su pluralidad y libertad a la hora de elegir y optar por los mecanismos de edificación de sus economías. Por tanto, ahora que nos han presentado los módulos o minicarritos para la exposición y entrega de los medicamentos, como ciudadanos, acaso ¿no sentimos pena o vergüenza por estar retrocediendo y regresando al pasado en vez de progresar y tener farmacias de calidad y excelencia? Es tal nuestra indiferencia como pueblo que optamos por hacernos de la vista gorda o simplemente vivir conformándonos con las dádivas que ofrece el sistema a fin de no reclamar y permanecer callados.
Bienestar
Haciendo una reflexión sensata de lo que nos ofrecen ahora como bienestar es entrar al mundo de la ilusión, porque ¿dónde acabó o a quienes les llegó la visita del programa salud casa por casa? Los datos no concuerdan con la realidad y menos los números del dinero invertido para estos proyectos fantasma.
Por eso, considero urgente invitar a todo ciudadano a que, antes de discutir visceralmente o imponer sus ideas, en diálogo sensato se pueda analizar la viabilidad de los proyectos de bienestar actuales; esto con la finalidad de gestar una sociedad más democrática y no ceder ante el autoritarismo que poco a poco se va imponiendo en el país.
México es una gran nación, pero si continuamos viviendo irreflexivamente, seguramente vendrán más proyectos insostenibles y cargados de corrupción. Ojalá que las nuevas minifarmacias del bienestar nos inyecten una buena dosis de realismo y no continúen inyectándonos cantidades de somníferos que nos mantengan en la ilusión del progreso populista.— Mérida, Yucatán
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Sacerdote católico
