Imagen de 2020, cuando la tormenta “Cristóbal” causó severas inundaciones en Yucatán. La fotografía corresponde a San José, en Hoctún
Imagen de 2020, cuando la tormenta “Cristóbal” causó severas inundaciones en Yucatán. La fotografía corresponde a San José, en Hoctún

Voz autorizada en climatología, la doctora Ruth Cerezo Mota subraya que las proyecciones para el sureste del país y, por consiguiente, para la Península de Yucatán hacia finales del siglo son desalentadoras, pues apuntan a una reducción significativa de las lluvias y a un aumento en la temperatura si nada se hace por evitarlo.

“Si ya de por sí nosotros vivimos como al límite, en el extremo de temperatura, entonces viviríamos como han sido estos meses pero en todo el año”, alerta.

La investigadora del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Campus Yucatán, hace notar un riesgo de las altas temperaturas en los humanos: a mayor calor, el organismo llega a un punto de estrés térmico.

Al rebasarse los umbrales, explica, se generan cambios bioquímicos, que se pueden traducir en bajo rendimiento y productividad.

¿Qué se debe hacer?

La doctora Cerezo Mota precisa que se trata de una situación global, no exclusiva de una región, y por eso es muy importante lo que haga la humanidad para tratar de revertir la situación.

“El diez por ciento de la humanidad más rico es el que genera 45 por ciento de las emisiones”, añade. “En teoría solo tendríamos que controlar a ese diez por ciento, pero la realidad es que ese diez por ciento es el que controla al mundo”.

“Estamos en una situación tan crítica que, aunque seamos los que menos contribuimos (a las emisiones dañinas), todo mundo tiene que ser parte de la solución… Tenemos que plantar árboles. No cualquier árbol, también es importante plantar árboles nativos, preservar las áreas verdes y los suelos, no urbanizar a las tasas a que estamos urbanizando sino con una planeación…”

La profesional insiste en que es necesario cuidar el medio ambiente y exigir a los gobiernos planes reales, acciones reales, no solo palabrería y promesas vacías.

Cambios en el consumo

“Hay que cambiar nuestra manera de consumir”, prosigue. “En el mundo ideal, reducir nuestro consumo de carne roja, porque en la producción de carne roja la industria láctea genera el 30 por ciento de las emisiones. No digo que todo mundo se vuelva vegano, pero sí cambiar en general nuestra manera de consumir, cuidar la electricidad…”

Ayer publicamos la primera parte de un análisis de la doctora Ruth Cerezo sobre los efectos del cambio climático. En esa entrega habla, entre otros temas, de la ocurrencia de lluvias extremas, de la disminución de las precipitaciones anuales en la Península de Yucatán y de riesgos para la seguridad hídrica de la región.

Al continuar su exposición, la investigadora de la UNAM recalca que es normal en la Península, por el tipo de suelo, que al llover quede retenida una parte del agua en la primera capa de suelo —la formación de charcos— y después se vaya filtrando con lentitud al acuífero.

Y en pleno verano, continúa, es normal que el agua de esos charcos se evapore y eventualmente, si encuentra las condiciones correctas, se condense y después vuelva a llover.

Modificación de ciclos

“El problema se presenta cuando cae un volumen muy grande”, enfatiza. “Como el suelo tarde en filtrar esta agua, se quedan estos charcos de gran extensión y esa agua, en lugar de ir al subsuelo y recargar nuestro acuífero, se queda en superficie, se evapora y nos queda la sensación de bochorno”.

Insiste en que lo normal es que esa agua se evapore y luego se condense para convertirse en nueva lluvia, pero con los nuevos eventos climatológicos se están alterando esos ciclos.

Sombríos pronósticos

Más adelante indica que el más reciente reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) plantea un mal escenario para el sureste de México y Centroamérica, con una disminución importante en la cantidad de lluvia si las condiciones siguen como hasta ahora.

“Esto no quiere decir que nos vamos a volver un desierto, pero por la manera en que está nuestro ecosistema, porque no tenemos cuerpos en superficie (ríos y lagunas), dependemos del agua del subsuelo”, reitera. “Si no llueve, el acuífero no se recarga, y si no se recarga entonces no podemos seguir metiendo el popote para sacar más agua”.

Las olas de calor, efectos en los organismos

La doctora Ruth Cerezo Mota advierte del estrés térmico por efecto de las olas de calor.

Resistencia y umbrales

Los humanos tenemos una capacidad de adaptación impresionante. Podemos vivir en Alaska y pasar a Mexicali a 45 grados, pero también tenemos ciertos umbrales y si los sobrepasamos nuestro cuerpo empieza a tener cambios bioquímicos importantes, afirma la investigadora de la UNAM.

Sin descanso

“Llega un punto en que tu cuerpo no puede resistir, por más adaptado que esté a vivir a 40 y tantos grados”, añade. Y recuerda que hace unas semanas hubo en Yucatán noches de 37 y 38 grados, una temperatura mayor que los cuerpos. No había un momento del día en que se pudiera descansar de ese estrés térmico.— ÁNGEL NOH ESTRADA

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