"Esta tradición es única en Muna"; exploran la leyenda y práctica del koojon’che de Muna, tronco ancestral que recibe a los muertos
"Esta tradición es única en Muna"; exploran la leyenda y práctica del koojon’che de Muna, tronco ancestral que recibe a los muertos

MUNÁ.- Para quien no es de Muna y acuda a un sepelio, previo paso del finado por el descanso del cementerio municipal, no dejará de extrañarse por la presencia en uno de los rincones de un tronco. No pasa inadvertido.

Ese tronco no es un objeto más, nadie lo dejó olvidado en ese lugar para usar como leña después; aunque inmóvil y sin vida es un personaje más de la comunidad. Es el kojon’che o koojon’ che, testigo de las doloras despedidas de los deudos a los que partieron al descanso eterno, a los nuevos huéspedes del panteón.

Ofrendas de cigarrillos y alcohol para el koojon’che de Muna

Hasta la actualidad, en muchos de los sepelios  hay una persona, deudo o no, que se encarga de hacer, durante los últimos minutos del difunto sobre la faz de la tierra, el consabido tributo al koojon’ che: le ofrenda cigarros y una botella de licor.

Foto: Hipólito Pacheco

De los cigarros, hay versiones que dicen que deben ser 9 o 13 los que se le convidan, aunque algunos, para no averiguar si el tronco irá luego por el resto le dejan toda la cajetilla.

Los cigarrillos son fijados en ranuras o agujeros del madero y se le encienden, y el alcohol se le vierte encima. Si queda algún contenido se le dejan las botellas a sus pies. Nada se lleva.

Leyendas de Yucatán: el koojon’che, tronco ancestral que recibe a los muertos

Entre las cosas que el autor de este escrito escuchó de los relatos de doña Toya, la única abuela que conoció, del lado paterno, que el tronco salía por las noches a recorrer las calles de la villa.

Según algunas versiones iba en busca de nuevos difuntos, y no era un buen augurio si alguien lo oía pasar.

Se oía, pero no se veía su paso. Y si la curiosidad podía más que el miedo, chichí Toya mencionaba que había un recurso para obligarlo a hacerse visible: tomar un puñado de piedrecillas y arrojarlas en la dirección donde se oía pasar al tronco.

¿Y qué se hacía luego con el koojon’ che si se materializaba? 

Es un misterio porque el tiempo ha hecho su trabajo en la memoria. Lo lógico sería que se llevara de regreso al cementerio… o que alguien lo hiciera porque quien lograse su materialización seguramente perdería la vida o la cordura. Pero claro, solo eran relatos.

De acuerdo con información obtenida, el tronco era el que se usaba para aplanar, para apisonar la tierra de las tumbas cuando las inhumaciones se realizaban en tierra desnuda.

Esto antes que se comenzaran a construir las fosas con paredes recubiertas de bloques o concreto.

De hecho, de esa práctica tomaría su nombre el koojon’ che:

  • kooj, apisonar, golpear, abatanar
  • che’, árbol, madera, palo.

Esto se hacía para que la tierra quedara firme e impedir o dificultar que animales carroñeros desenterrasen el cadáver y se lo comiesen. Y por esa práctica surgieron los relatos salpicados de misterio.

Foto: Hipólito Pacheco

Sobre el madero, la arqueóloga Fátima Santos Pacheco, originaria de esa villa, indica que la ubicación que ocupa en el koojon’che en el descanso del cementerio dice algo interesante.

Está en el suroeste, como entierran a la gente”.

Sobre la conservación de tradiciones, la profesional dice que en la actualidad ya no todas las familias de los difuntos cumplen con dejarle cigarros o alcohol como ofrendas.

Tradición maya, aún presente en el Yucatán de hoy

En un relato publicado en internet por Ely Alonzo, quien se identifica como “aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas”, se indica que “el koojon’ che en un utensilio cercano a la muerte.

En la terminación del siglo XIX todavía bajo el régimen colonial, los entierros se efectuaban en los panteones ubicados en los atrios de los templos o dentro de las iglesias, de las personas que podían pagar porque la cuota era elevada”.

De acuerdo con la publicación, en esa época se empezó a hacer el cementerio de Muna, cuando la mayoría de los panteones no contaban con buenas condiciones de higiene y de seguridad, y existía la posibilidad de que los animales sacaran los restos.

En Muna se utilizó el tronco de un árbol para poder compactar la tierra”.

Ely Alonzo menciona que la leyenda cuenta que, con el uso del tronco cuando se realizaba el entierro comenzó la práctica de ponerle su licor, cerveza o cigarrillos “para que el koojon’ che –del que también se dice que era un espíritu– no salga por la noche a llevarse a alguien”.

Quien tuviera el atrevimiento de robar el licor, el espíritu se lo podría llevar, así que todos respetaban las ofrendas. Cuando por las noches se oía en alguna casa el golpeteo seco de la puerta, se decía que el alma estaba ahí”.

Se cuenta, dice, que cuando no se le hacían ofrendas por parte de los familiares del fallecido al koojon’ che oían el sonido como si golpearan la tierra.

Esta tradición es única en Muna. Y persiste en nuestros días”, concluye la publicación.

Hipólito Pacheco Perera es Licenciado en Gastronomía.Tiene 29 años de experiencia en el periodismo. En 2019 se incorporó en una segunda etapa a Grupo Megamedia. Sus temas de especialidad son relacionados con las comunidades de interior del Estado, gobierno y política.