(Primera Columna publicada el 9 de septiembre de 2004)
¿Conoces al Padre Zapata, reportero?
-¡Cómo no, don César! Don Alfonso Zapata Acosta, “uno de los sacerdotes más prestigiosos de la Arquidiócesis”. Son palabras de don Emilio en conversación con un compañero del Diario.
-Buena memoria, reportero. En círculos eclesiásticos tiene fama de ser uno de los “dorados” del señor Arzobispo. Es uno de los nueve presbíteros que forman su gabinete, llamado, como tú sabes, el Colegio de Consultores de la Arquidiócesis.
-Es también, don César, uno de los nueve monseñores que tiene la Arquidiócesis.
Un premio a sesenta años de ministerio, dos décadas como cura de San Cristóbal -cuerpo y alma de su caja popular- y otro tanto o más como párroco de Lourdes aquí en Mérida. En muy alta estima lo tenemos en el periódico…
-Pues el sentimiento no es mutuo, reportero: ustedes no son santos de su devoción -indica César Pompeyo en la Plaza Grande, mientras abre una carpeta asentada en la banca de costumbre y saca una hoja de papel escrita con letra pequeña por los dos lados.
-Es un informe sobre las misas de ocho y once de la mañana del domingo pasado en la iglesia de Lourdes. El Padre Zapata leyó la carta del canciller Echeverría. Ya sabes a qué me refiero.
-Sí: es una respuesta, por mandato de don Emilio, a nuestro editorial “Con los labios sellados: La Iglesia en el caso Medina Abraham”. También en otras iglesias la leyeron. Ordenes de arriba…
-Pero don Alfonso le puso más crema a los tacos, o más cebolla al salbut, como diría don Fernando Espejo en defensa del habla yucateca frente a las invasiones foráneas.
-¿Cuánta crema le puso don Alfonso?-Un chorro, periodista. En la misa de ocho, después de leer la carta, el Padre Zapata les dijo a los fieles que ustedes están calumniando a la Iglesia y según algunos de los feligreses recomendaron a los católicos que no comprenden el Diario.
-No creo que don Alfonso…
-Hay división de opiniones. Te voy a leer, reportero, lo que el Padre Zapata dijo luego a la gente. Aquí me lo pusieron entre comillas: “No les estoy diciendo que no lo compren. El católico sabe si lo compra o no. Yo no les voy a decir qué hacer. Ya somos adultos y como cuentos tenemos la madurez para decidir qué leemos y qué no”. Eso fue en la misa de ocho.
-¿Y en la misa de once?-Chorro y medio. La iglesia estaba repleta, rebosando. Don Alfonso se fue de nuevo sobre ustedes. Te voy a leer de nuevo. Es un resumen de algunos párrafos de la homilía que el Padre Zapata dedicó a tu periódico:-Son mentiras, son falsedades lo que publica el Diario sobre la Iglesia y los sacerdotes en sus últimos artículos.
-Una señora me dijo que, si yo quería, se juntaba con otros vecinos para quemar el Diario. Yo me negué. Les dije que, como en toda empresa, hay empleados que viven de su trabajo.
-Otro feligrés me preguntó si era pecado comprar el Diario. Yo le contesté que no, que lo seguía comprando, pero que tomaría en cuenta que era mentira lo que publicaba.
El señor Pompeyo dobló con cuidado el informe sobre Lourdes, lo puso en su lugar en la carpeta, entre el Padre García y el Padre Heredia, y advirtió preocupado al reportero:-Periodista, avisa a los bomberos. Cuando las barbas de tu vecino veas arder…
-No creo que arda Troya, don César. Recuerde que Dulce María también invitó a la gente a quemar el Diario en aquel candente mitin del PRI en la Plaza Grande. Además, ya oyó usted la cristiana, caritativa respuesta que el Padre Zapata le dio a los incendiarios: que no quemen el Diario para que los empleados no pierdan su trabajo. Dios se lo pague. Todavía más: les dio permiso a los fieles para que sigan comprando el periódico.
-Pero tu crédito, reportero, ¿cómo queda? Te dijo falso, mentiroso, calumniador, ya mero te excomulga. ¿No se lo vas a reclamar? A menos que ustedes hayan publicado algo personal contra el Padre Zapata, sobre su vida sacerdotal…
-Para nada, don César. Siempre hemos tratado muy bien a don Alfonso.
Lo teníamos y lo seguimos teniendo en muy alta estimación. Su carrera eclesiástica está sembrada de méritos. No en balde tiene tanta influencia en el Colegio de Consultores. Por eso se explica que está tan cerca del señor Arzobispo y sea uno de sus consejeros de cabecera. Algún motivo tendrá para ocuparse de nosotros. Lo entiendo. Aunque sean monseñores siguen siendo soldados.
En fin, ya sabes usted cómo apreciamos en el periódico las críticas que nos hacen. Nos permiten reflexionar, hacer un examen de conciencia, reparar en los pecados que cometamos, arrepentirnos, rectificar… sobre todo si la crítica viene de un sacerdote, especialistas como son ellos en exámenes de conciencia.
-¿Y qué ves en tu conciencia, reportero?-Algo que me confunde. Dice usted que nosotros no somos santos de la devoción del Padre Zapata, pero don Alfonso, cuando nos critica, habla mucho del santo pero casi nada del milagro. Ya conoces a ti la máxima cristiana, don César, que nos aconseja que hablemos del pecado, no del pecador. ¿Mencionó el Padre Zapata cuáles son las falsedades que publicamos, cuáles son las mentiras que decimos de los sacerdotes, cuáles son las calumnias que le hacemos a la Iglesia? El señor Pompeyo abrió la carpeta, sacó el informe sobre Lourdes, de letra chiquita, por delante y por detrás. Lo leyó con cuidado. Dos veces.
-Hay otras cosas que dijo de ustedes el Padre Zapata, pero no veo que haya mencionado en particular alguna mentira o citado una calumnia concreta.
– Entonces, ¿cómo nos vamos a arrepentir y enmendar si no nos dicen cuál es nuestro pecado? Le rogamos encarecidamente a don Alfonso que, como buen confesor que seguramente es, nos ayude en nuestro examen de conciencia y nos diga cuáles son las falsedades, mentiras y calumnias que hemos publicado en nuestras informaciones y editoriales sobre la Iglesia y los sacerdotes, para que de inmediato hagamos la rectificación pertinente y merezcamos su absolución.
-La acusación de calumnia es grave, reportero.
-Claro que sí, venga de un periodista o venga de un Monseñor.
-Antes de que cruce la Plaza para implorar en la Catedral, ante el Cristo de las Ampollas, que llueva, que llueva mucho, reportero, para el caso de que quieran quemarte, ¿tienes algún otro recado para el Padre Zapata?-Quiero, humildemente, ofrécele mi ayuda para el examen de conciencia que él, como buen sacerdote, hace por la noche. A ver si se acuerda de aquella carta que le escribió nuestro director pidiéndole que él, como integrante del Colegio de Consultores, nos diga si hemos publicado alguna mentira o falsedad sobre el caso Medina Abraham, para que la rectificamos, porque a nosotros sólo nos interesa decir la verdad. No nos contesta, don César. Ya pasó un año y el Padre Zapata no contesta la carta.
-Eso de la carta, trátalo con la Curia reportera. Yo lo que te puedo ofrecer es llevarle a don Alfonso, a ver si lo leyó bien, una copia de tu editorial “Con los labios sellados: La Iglesia en el caso Medina Abraham”.
