(Primera Columna publicada el 15 de marzo de 2007)
Después de su asalto de anteanoche al palacio municipal, los globalicólicos se abalanzaron sobre la banca de costumbre y la demolieron. Como en los casos de Jerusalén y Mayapán, no dejaron piedra sobre piedra.
Los cólicos calificaron a los usuarios de la banca de coaligarse con George W. Bush para oprimir a los vendedores ambulantes y de unirse a una conspiración para impedir la explotación de petróleo en el cráter de Chicxulub.
El reportero y César Pompeyo no fueron demolidos. Fueron avisados a tiempo por el FBI, que tuvo a su cargo la seguridad de los yucatecos —no de los palacios— durante todo el tiempo que don Javier y sus antimotines estuvieron enclaustrados.
Pompeyo y el periodista, siempre al día, pidieron al Padre Fabio que rezara ayer un respuesta en la Plaza Grande por las víctimas de la demolición. Se supone que el nuevo dignatario de nuestra jerarquía eclesiástica no recibió a tiempo la solicitud, en Umán, si es que la recibió, pues no fue a la Plaza. Tampoco hubiera sido necesario que fuera.
Grande fue la sorpresa de don César: la banca estaba ahí. Entera. Como si nada le hubiera sucedido. Mejor que ayer, como si hubiera votado por Xavier. Sobre la banca había fragante ramo de marianitas, una fotografía y una carta.
En el ramo, una tarjeta: “Con el cordial saludo de la CIA”. Firma la carta un general de cinco estrellas, responsable de la “Operación Faisán”, que fue la madre de todas las operaciones de la visita de Bush. El general se disculpa atentamente por las molestias ocasionadas por los jugadores de los Yanquis. las monjas de San Jorge y otros agentes encubiertos durante la vigilancia de la Plaza Grande. A título de compensación y en muestra de agradecimiento, los peloteros y las religiosas reconstruyeron la banca durante la noche. Piedra por piedra. Cada una en su lugar.
Una carta con copia a Tony Garza, para desactivar las posibles represalias contra la columna por sus indiscreciones sobre los vigilantes camuflados. La fotografía es del señor Bush leyendo una guía de Mérida, para saber dónde estuvo. Autografiada.
—La verdad es que son muy atentos —comentó el reportero—. Mucho más amables que los federales prepotentes, intratables y malencarados que mandó don Felipe. Ni siquiera un fotógrafo dejó entrar a la cena de Xcanatún. Que porque es yucateco…
—Periodista, no seas lengua larga —aconsejó Pompeyo—. Sé más prudente. Los de la CIA ya se fueron. Los federales se quedan. Las restricciones y discriminaciones de la altiplanicie contra la hermana república son una de las leyendas negras de la historia. ¿O no?
En eso estaban cuando un grupo de jardineros, con más mala cara que los federales, rodearon la banca y advirtieron que, en desagravio por los ofensas de la columna, plantarían dos rosas en la banca, como primera medida de protesta.
—No van a vivir —indicó el reportero—. ¿Por qué están disgustados? ¿A qué ofensa se refieren?
—Usted pidió ayer, con emoción, que el señor Bush se llevara a los candidatos. Nos informan que Ana Rosa está muy sorprendida. No tiene intenciones de viajar. Nosotros no hablamos por la señora Ivonne, pero, según su gente, no piensa subir a otro avión. Se acaba de bajar de uno. Su campaña es aquí, no en Quintana Roo ni en Toluca.
—En primer lugar, señores, yo no pedí nada —respondió el reportero—. El emocionado era él, no yo. Ni un servidor, ni la columna son responsables de lo que diga, opine o pida el señor Pompeyo. Ya lo aclaramos varias veces. Además, ustedes no leen bien. ¿Quién pide don César que se vaya con Bush?
—Los candidatos.
—Ya lo ven? Los candidatos. No hay candidatas. Aquí no se las toca ni con el pétalo de una rosa, ¿no es verdad, don César?
Pompeyo asomaba con la cabeza, mientras, acomodado en la banca, aspiraba el aroma de dos marianitas con el debido cuidado, para no clavarse una espina.
