(Primera Columna publicada el 18 de enero de 2007)
Cuando decimos “polvos de aquellos lodos” nos referimos a problemas de hoy que tienen o pueden tener relación con sucesos de ayer. Es un adagio que nos puede ayudar a entender o explicar el conflicto que arde en el seno yucateco del PAN. Esta opinión no es nuestra: don César Pompeyo se la exponen al reportero en su tribuna habitual de la Plaza Grande.
El señor Pompeyo se considera “lodo” de polvos panistas. En 1969, en las elecciones de gobernador, se postuló por la columna en blanco. Las boletas electorales presentaban entonces un espacio para que se votara por la persona que se quisiera si no se estaba de acuerdo con ninguno de los candidatos propuestos por los partidos.
La columna en blanco es antecesora, de alguna manera, de las candidaturas independientes que nuestra legislación autoriza ahora. Algo como la candidatura ciudadana que, según parece, servirá a Ana Rosa Payán Cervera como primer paso para continuar en la contienda por la gubernatura después de su renuncia al PAN. En aquel 1969 don César renunció también. A mediados de la campaña salió de la columna en blanco para apoyar al panista Víctor Manuel Correa Rachó.
—Ganamos, pero perdimos —recuerda don Cesar en la banca de costumbre.
Así eran las cosas en la política: los que ganaban eran los que perdían. Así fueron durante 70 años. Así pueden ser también en 2007: Xavier Abreu ganó la candidatura, pero…
—Pero el PAN está en peligro de perder —don César indica—. Perder Mérida y el estado. En el peligro mayor desde que comenzó a gobernar la capital a principios de los noventa.
No es una advertencia gratuita: Pompeyo la desdobla en razonamientos que comenzamos a exponer hoy.
—Para mí puede haber dos responsables principales. Repito: puede haber. En primer término el comité ejecutivo estatal. Después, o tal vez antes, estaría el gobernador, si son ciertas las acusaciones de que remojó las manos a favor del señor Abreu.
Pompeyo ve dos pifias panistas. Siempre ha sido mejor desarmar al adversario que pelear con él. No quisieron desarmar a Ana Rosa. En vez de pedirle que dijera cómo quería que fuera la elección interna del candidato y hacerla así, le dejaron cargadas las armas para denunciar que fue un fraude auspiciado por el Poder Ejecutivo. Una imposición al más rancio estilo del viejo PRI. En el arte de la política, como en el oficio del gobernante, es una regla de oro dar a nuestros críticos las garantías que piden. Garantías de que se investigarán hasta el fondo, con intención recta e imparcialidad comprobable, las acusaciones que se hagan. Pudieron desactivar así los agravios de que Ana Rosa se quejaba una y otra vez, pero ignoraron la regla. Por ignorancia o por conveniencia.
—Este olvido involuntario o premeditado de la regla de oro contribuyó a los extendidos comentarios de que Xavier Abreu es una carta marcada que juega el grupo del gobernador para proteger en el próximo sexenio sus intereses. Intereses nada recomendables, según las voces machaconas de los disidentes.
—Además —Pompeyo prosigue— se había escogido como candidato del continuismo a uno de los funcionarios más vulnerables de la administración pública. Con un pasado reciente que lo deja al descubierto ante los ataques que la oposición le quiera lanzar. Se lo pueden comer vivo: sin dejar ni hueso ni pelejo.
César Pompeyo insiste en el verbo: puede, podría ser. Ni afirma ni predice: presenta una versión sobre la leña en que comenzó arder el conflicto del PAN. Otro día veremos aquí mismo cuánto dulce lleva esta leña. Cuánto “lodo” hay de aquellos “polvos”. Verlo es un deber de civismo que obliga al ciudadano. Un requisito de democracia.
