(Primera Columna publicada el 23 de enero de 2008)

El “Diario” publica en su edición de ayer que en el Congreso yucateco se ha empezado a trabajar en la iniciativa que propone una “Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia”. Iniciativa que invita a una reflexión: ¿cómo podemos trabajar nosotros, qué podemos hacer para librar a nuestras mujeres de la violencia que ocasionó la muerte de Rosa María Arceo Ochoa de Kuri en su residencia del fraccionamiento Montebello?

Este periódico plantea una sugerencia en una noticia de la agencia EFE que publicó anteayer. En el caso del secuestro de la niña inglesa Madeleine McCann, el periódico “News of the World” de Londres publicó a solicitud de la procuraduría el retrato hablado del sospechoso. Retrato que el FBI confeccionó sobre la base de la declaración de “testigos interrogados por la policía durante las investigaciones”. El mismo día, la familia convocó a una rueda de prensa para pedir la colaboración de los ciudadanos en los esfuerzos para localizar al presunto culpable del secuestro de su hija.

Otra sugerencia. El domingo que acaba de pasar, 20 de enero, en la iglesia meridana de Jesús Misericordia se rezó la penúltima de una semana de misas en sufragio de las almas de Rosa María y Angel. Se supone que Angel es el hijo que llevaba en su seno al morir. El oficiante, presbítero Augusto Romero Sabido, llamó a orar por la salud de Wafé Kuri Torre, esposo de la extinta, quien “está enfermo”.

Representantes de las familias Arceo Ochoa y Kuri Torre ocuparon alrededor de una decena de las bancas próximas al presbiterio. A juzgar por los términos de su homilía, el sacerdote tiene amistad con los dolientes. Pues bien, el celebrante dedicó la primera parte de su sermón a San Juan Bautista, personaje del evangelio del día (San Juan Evangelista, I, 29-34) y lo exaltó como testigo de Cristo. Recordemos una definición que Cristo dio de sí mismo: “Yo soy la luz, la verdad y la vida”. Cristo es la verdad. Juan el Bautista cumplió la misión de dar a conocer la verdad.

En la segunda parte, el padre Romero aplicó las lecciones del evangelio a los sucesos violentos que han acaecido en Mérida en tiempos recientes. Referencia obvia, aunque no los mencionó, a los sucesos de Montebello, dados los motivos de la misa. Como conclusión, el padre Augusto invitó a los asistentes a seguir el ejemplo del Bautista y ser “testigos de la verdad, aunque nos duela”.

A propósito de este evangelio, el “Misal para todos los domingos y fiestas del año 2008”, de la editorial jesuita “Buena Prensa, A.C.”, indica que Juan dio testimonio de Cristo y nos pregunta: ¿qué testimonio de Cristo estamos dando a nuestro esposo o esposa, a nuestros hijos, a nuestros compañeros de trabajo? ¿Qué testimonio damos de “nuestra forma de actuar, de resolver los problemas?”. El misal termina con una exhortación: “Nuestra sociedad necesita testigos de Cristo”. Los testigos de la verdad que demanda Romero Sabido.

En su trato de los sucesos de Montebello, “Diario de Yucatán” se ha esforzado por ser testigo de la verdad. Una verdad que esclarezca el doble asesinato de una madre y su hijo. Una verdad que al ser difundida contribuya a garantizar o facilitar el acceso de la mujer yucateca a la vida libre de violencia que busca la iniciativa de ley que sirve de entrada a esta columna.

En este esfuerzo, el periódico se ha encontrado con una procuraduría que se resiste a ser testigo de la verdad. A más de una semana de los sucesos de Montebello se carece casi por completo de una información oficial y se delega la explicación elemental en las versiones. Con el pretexto de que sólo proporcionará datos confirmados, con la excusa de que la prensa debe guardar respeto a la investigación, el ministerio público oculta verdades que conoce bien y que, si son divulgadas, en nada afectarían la tarea investigadora: por el contrario, el sentido común nos dice que la ayudarían. Un ejemplo: ¿por qué calla cómo estaban vestidos los protagonistas de la tragedia? ¿Por qué no dice cómo llegaron al hospital y quién los llevó? ¿Por qué no revela los nombres de los autores de la Walker y otras pruebas judiciales? ¿No le ha podido pedir al esposo una descripción de sus supuestos “asaltantes” que permita la confección de un retrato hablado? ¡Qué lejos estamos del ejemplo de la policía de Londres!

La imagen que ofrecemos es que se está rodeando a Montebello de un muro de silencio. El silencio espeso que suele delatar una verdad incómoda. Una verdad inconveniente o dolorosa que se quiere encubrir. Un silencio que está llegando al extremo de que la procuraduría yucateca trate de dimitir de su responsabilidad o diluirla en una solicitud de auxilio a otra procuraduría. Un auxilio que quizá no fue pedido para saber qué sucedió en Montebello, porque eso ya se sabe. Un auxilio que se pide tal vez porque la tragedia ocurre en momentos en que se libra una contienda por el poder en las entrañas del gobierno del estado. Un poder tanto más influyente y seductor cuanto que su depositaria legal, la gobernadora, se ausenta de Yucatán con frecuencia inusitada y tiene necesariamente que depender de sus segundas manos. ¿O primeras?

Montebello es una fábrica de preguntas. ¿Hasta cuándo puede un gobernante pretender que los subalternos paguen por los platos rotos? ¿Hasta dónde pueden los médicos, invocando preceptos de la ética, colaborar con un supuesto mandato de las autoridades sin convertirse en cómplices de las irregularidades que éstas cometan? Montebello es un inventario de rumores, conjeturas, chismes, filtraciones. Montebello es un escaparete del quizá, del tal vez, del ¿sabías que?, del ¿no te han contado? En Montebello brillan por su ausencia los testigos que piden la policía inglesa, el periódico londinense, la familia de la niña secuestrada, el sacerdote yucateco y el evangelio del domingo. Los testigos de la verdad.

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