(Primera Columna publicada el 28 de octubre de 2007)
Ya está de vuelta don César Pompeyo de larga visita a Italia. Lo invitó a don Vittorio Zerbbera y D’sacatto, aquel mafiólogo siciliano que vino a investigar las infiltraciones de la Cosa Nostra en la política electoral yucateca y ahora regresa a Mérida con el encargo de investigar la presunta injerencia de la Camorra napolitana y la francomasonería mediterránea en los pleitos entre Ivonne y Felipe.
Otro día se hablará aquí del viaje a Italia y la nueva comisión que las autoridades de Palermo han encomendado al signore Zerbbera (recuérdese que es con zeta y doble be). El tema de ayer en la Plaza Grande, en la banca de costumbre, fue el “piccolo” pleito de la noche del viernes en el teatro Peón Contreras.
Invitados por el reportero, don César y don Vittorio asistieron con cierta renuencia al concierto. “¿La Orquesta Sinfónica tocando danzones? —comentó Pompeyo—. Que me perdonen Molano y Adolfo, pero es como traer a los Medias Rojas de Boston a jugar sóftbol contra los Huiros de Cholul”.
—¿Qué es un huiro? —preguntó el siciliano—. ¿Un sicario de la mafia?
—En un país de Sudamérica le llaman huiro al cigarrillo de mariguana —aclaró el periodista—En otro lugar huiro significa pleito. En las Antillas es un instrumento musical inventado por los indios taínos. Alargado como un calabazo. Hueco por dentro y con estrías por afuera. Lo rascas con un peine. Aquí le decimos rascabuche. Lo van a ver hoy en el teatro. Es uno de los instrumentos del quinteto cubano que acompañará a la orquesta.
—Pero don César se refiere a otros huiros —precisó el reportero—. Son los nativos que por su relativa educación, ocasionada por su cabeza dura o su seso hueco, llaman la atención porque meten la pata cuando pretenden alternar con la “high life”. Hay otras definiciones…
Cinco minutos para las nueve tomaron asiento los tres en una de las últimas filas. Allá atrás, para que pocos los vean y después puedan salir pronto. Pasaron los minutos. A las nueve y cuarto empezaron los aplausos impacientes. La impaciencia del público que se molesta, que no se explica por qué la función no empieza, si la orquesta, si todo el mundo está allá desde las nueve.
Todo el mundo no. Faltaba la gobernadora. No se podía empezar sin ella. No era un concierto nada más: era la inauguración oficial del XXIV Otoño Cultural, el primero de la nueva administración del estado. A las nueve y veinte se reanudó la exigencia de los aplausos incisivos ¿Qué pasa?
Ivonne Ortega no llegaba porque había ido al Yucatán Country Club, en la carretera a Progreso, a la presentación nocturna de los terrenos para viviendas de la “high life”. No llegaba a pesar de que se retiró temprano del club, como a las ocho y cuarto, antes incluso de que cantara Armando Manzanero.
A las nueve y 25 se llenó de guayaberas blancas el pasillo izquierdo del patio de lunetas del teatro. El paisaje clásico de la aparición local de la “personas muy importantes” (VIP). En medio de las guayaberas caminaba la titular del Poder Ejecutivo.
Sonaron los abucheos. A don César se le encogió el corazón. “Es la primera vez que veo esto en un concierto de la Sinfónica”, comentó el reportero, acostumbrado a las explosiones de palmas que rubrican las actuaciones de la orquesta. “¿Hay huiros aquí?”, preguntó, espantado, don Vittorio.
Y empezó un “piccolo” pleito: aplausos para contestar a los abucheos y nuevos abucheos para replicar a los aplausos. Con el “Jesús” en la boca y la pena ajena en el pecho, la concurrencia, la que no intervenía en la contienda, siguió el coreado trayecto de la señora Ortega hasta el centro de la primera fila. La fila se llenó de guayaberas blancas y el recinto de un silencio impresionante. ¿Y ahora qué?
Una chica de vestido largo, blanco también, salió al escenario a pronunciar el discurso de la inauguración. Con gesto y entonación que parecieron desafiantes, como si fuera una respuesta a la agresión, comenzaron con palabras que el reportero tratará de recordar, pues las cita de memoria y puede errar: “Que quede muy claro, nunca más el gobierno impondrá modas o preferencias en el desarrollo cultural. Creo en la cultura y, sobre todo, en quienes hacen la cultura. Ivonne Ortega”.
Una cita del discurso de la gobernadora cuando propuso el poder el uno de agosto. Para impedir nueva afrenta o reparar el agravio, de la concurrencia, repuesta ya del susto, se alzó un aplauso cerrado cuando se oyó el nombre de Ivonne Ortega. Se la hubiera aplaudido también al concluir el acto, pero se fue antes de que terminara. No se quedó para la segunda parte: se retiró del teatro en el intermedio y con ella toda la corte celestial. La primera fila se vació de guayaberas blancas.
Lástima. Como anfitriona que era, Ivonne Ortega hubiera disfrutado la ovación final, unánime en estruendo e insistencia, con la que el público premió las interpretaciones del danzón. Interpretaciones exquisitas que han dado una apertura de Grandes Ligas, un principio de Serie Mundial al primer otoño cultural del nuevo gobierno del Estado.
Lástima también que no estaba presente el alcalde de la ciudad. Entusiasmado por la espléndida exposición de ritmos, don César —no Pompeyo, el otro— quizás hubiera anunciado allí mismo que, como homenaje al pianista Gonzalo Romeu, director del estupendo quinteto cubano, en fecha próxima el H. Ayuntamiento le pondría su nombre a una de las aceras de la Plaza Grande.
