CARLOS R. MENÉNDEZ LOSA (*)
Ejemplo de aceptación de los designios providenciales y de entrega sin límites, cumplió con su misión hasta el final. Aunque ya pensaba en el justo retiro, a los 76 años de edad aceptó, en marzo de 2013, la enorme responsabilidad del papado, que ejerció de manera excepcional durante doce años. Su muerte generó una extraordinaria ola global de afecto y gratitud.
Símbolo de una Iglesia más cercana, humilde y comprometida con los más débiles, “encantó al mundo”, como tituló el Diario este martes. Amigo de la sonrisa y el buen humor, ofrecía en cada gesto un mensaje de misericordia y esperanza. Conquistó a creyentes y no creyentes, pero también incomodó a muchos por su defensa inquebrantable de la verdad.
Cometió errores, pero supo pedir perdón y tomó decisiones firmes para combatir la mentira y la impunidad, incluso en los más altos círculos eclesiásticos. Nos llamó a resistir la tentación de resignarnos ante la corrupción y el crimen, exhortó a los sacerdotes a no encerrarse en las sacristías y combatió con valentía la creciente “globalización de la indiferencia”.
Con los pies muy bien puestos en la tierra, denunció “las tres grandes tentaciones” de hoy: la riqueza que se impone sobre los demás, la vanidad que busca prestigio a costa del otro y el orgullo de colocarse en un plano de superioridad. Y no faltaron los inconformes. Hombre “de oración y escucha”, no buscaba agradar a todos, sino cumplir con su misión.
Preocupado por la débil salud de la democracia y el avance del populismo autoritario, en particular en América Latina, denunció la “escoria de la ideología” detrás de las políticas populistas, “peligrosamente seductoras”. Apenas en julio pasado, nos alertó sobre la “hipocresía social” implícita en el asistencialismo que ofende la dignidad de las personas.
Ante la “fascinación por el populismo” que parece embelesar a las democracias, exhortó a entrenar la participación social con sentido crítico. Si los problemas que enfrentamos son de todos, advirtió, “debemos discutirlos juntos”, pues solo así podremos solucionarlos. “La indiferencia y la pasividad no son opciones aceptables”, proclamó en Trieste.
El papa Francisco fue un ser humano de excepción, de aquellos que marcan época. En sus encíclicas, exhortaciones apostólicas, homilías y numerosos mensajes, nos dejó profundas reflexiones sobre la importancia del diálogo fraterno, la cultura del encuentro y el coraje necesarios para alcanzar la paz que tanto urge al mundo, especialmente a México.
“La paz es posible”, exclamó el domingo 20 pasado en su última homilía. Sugirió pasos para alcanzarla, comenzando por la promoción de un desarrollo justo y la lucha contra la desigualdad, a la que definió como “la raíz de muchos conflictos”. Ya en 2014 había sido muy claro ante el Foro Económico Mundial: “Un mundo de injusticia es un mundo de violencia”.
DEMAGOGIA
Con frecuencia alertó sobre el “mesianismo político” de quienes se presentan como “salvadores del pueblo”, pero terminan concentrando el poder, eliminando contrapesos y dividiendo a la sociedad. En la encíclica “Fratelli Tutti” denunció que el populismo, al “instrumentalizar al pueblo” con fines ideológicos, se ha convertido en una forma de “demagogia irresponsable”.
En su discurso ante un grupo de diplomáticos, el 9 de enero de 2023 en el Vaticano, sentenció: “El populismo, con su lógica simplista y divisiva, es una amenaza para las democracias. Se aprovecha de las angustias del pueblo, sin ofrecer soluciones reales”. Francisco no atacaba la preocupación legítima por el pueblo, sino la manipulación perversa de muchos políticos.
Combatió la postverdad, entendida como la subordinación de los hechos a las emociones y creencias. “La verdad se propone desde el testimonio, desde el respeto, desde el diálogo”, escribió en “Fratelli Tutti”. Denunció la lógica populista, que no necesita hechos sino simples narrativas emocionales, y se convirtió en una voz incómoda para los manipuladores.
“El corrupto es un gran simulador”, advirtió en 2016 en Santa Marta. “Los políticos corruptos son aquellos que mienten a su pueblo, les dicen lo que quieren escuchar, para obtener poder y dinero…”, sentenció en 2015 en Paraguay. Para el Papa, muchos gobiernos populistas se presentan como adalides de la justicia social, pero en realidad son expertos en impunidad.
“La corrupción no se arrepiente, se justifica. Tiene siempre una buena excusa”. En un discurso ante la Curia Romana, en 2015, afirmó que “la corrupción no es solo un pecado individual, sino un pecado social. Cuando callamos o hacemos la vista gorda, estamos colaborando con el corrupto”. Nos llamó a no ser cómplices y a denunciar la impunidad oportunamente.
Cercano en el afecto, México ocupó un lugar especial en sus mensajes. Su discurso en Palacio Nacional, en 2016, conserva una vigencia impresionante: “La violencia, la corrupción, el narcotráfico y el desprecio por la vida y la dignidad son males que deben enfrentarse con valentía”. A partir de entonces, insistió en sus llamados a promover una cultura de paz.
ESTADO FALLIDO
A través de sus hermanos en el episcopado, alertó sobre la crisis de seguridad y el Estado fallido que vive México. Llamaron a exigir un alto a la violencia y a denunciar “las mentiras de las autoridades”, y la respuesta del régimen morenista no se hizo esperar: “Los religiosos, con todo respeto, no siguen el ejemplo del Papa, están muy apergollados por la oligarquía”.
En un país donde se extiende la violencia y más del 60% de la población se siente insegura, como expuso esta semana el Inegi (bit.ly/4jRdDxV), la Iglesia convocó en 2023 y 2024 al Diálogo Nacional por la Paz. Con la participación de amplios sectores sociales, concluyó con un diagnóstico preciso presentado a los aspirantes a la Presidencia. Claudia Sheinbaum lo rechazó.
Francisco denunció que el populismo autoritario fomenta un clima donde ya no se discute, se acusa; no se busca el bien común, sino la victoria sobre el otro. “El diálogo auténtico supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro”, escribió en “Fratelli Tutti”. El populista, indicó, “se vale del conflicto constante, necesita de enemigos para sostenerse”.
Como recordó ayer el cardenal Giovanni Battista Re en su homilía durante el funeral en San Pedro, el Papa siempre llamó a construir puentes, no a levantar muros ni trincheras (bit.ly/3EELOKd). Veía en el diálogo fraterno un antídoto contra la polarización, el odio y la exclusión que caracterizan al populismo autoritario. Hizo del diálogo y la esperanza dos pilares de su pontificado.
Para Francisco, dialogar implicaba escuchar activamente, acoger la diferencia y buscar puntos de unión, incluso cuando existieran profundas diferencias ideológicas, religiosas o políticas. Ante la violencia y la desconfianza, nos propuso una cultura del encuentro, donde el diálogo auténtico y la esperanza cristiana sean motores de una verdadera transformación.
Mucho podemos reflexionar los mexicanos sobre este ser humano de excepción. Frente a la lógica del conflicto que nos quieren imponer en México, y ahora también en Yucatán, recordemos su invitación al diálogo. “El populismo utiliza al pueblo, pero no lo escucha. Hablan en su nombre, pero nunca lo dejan pensar por sí mismo”, advirtió en 2017.
Al celebrar su palabra, resaltamos su exhortación a luchar por una vida pública basada en la verdad y la justicia. Como repetía incansablemente, “el pueblo merece líderes que escuchen, no que se aprovechen de él”. Hoy más que nunca, nos acogemos a su llamado permanente a la vigilancia cívica, la participación crítica y la denuncia oportuna del mal.- Mérida, Yucatán
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(*) Director general de Grupo Megamedia
