Yucatán vive un momento decisivo. Su estabilidad y posición estratégica lo han convertido en un imán logístico, pero ahora enfrenta el reto de dar el salto hacia la economía del conocimiento. El nearshoring toca a la puerta y la pregunta es clara: ¿nos conformamos con mover cajas o creamos valor real? El dato duele: solo el 2% de las pequeñas y medianas empresas yucatecas usan herramientas de inteligencia artificial. Es como tener un Ferrari en el garaje y seguir caminando al trabajo.

Seamos justos. Yucatán ha tomado el camino práctico con una estrategia de “usar la IA” que busca modernizar ese 98% de empresas rezagadas. Las herramientas sin código están democratizando el acceso, y eso merece reconocimiento.

El problema surge cuando levantamos la vista al panorama global. Mientras nosotros aprendemos a usar WhatsApp Business, en Silicon Valley inventan el siguiente ChatGPT. Estados Unidos construye la tecnología que nosotros compramos. Formamos expertos en usar herramientas extranjeras, pero pocos capaces de crear las propias. Es la diferencia entre ser chef y saber usar el microondas. Europa marca la pauta ética y legal. Sin preparación en cumplimiento normativo, nuestras empresas podrían quedar fuera de las cadenas globales. Imaginen perder contratos porque no cumplimos estándares que ni siquiera conocemos.

Y mientras nosotros debatimos, China ejecuta un modelo educativo revolucionario. En instituciones como Tsinghua, cada estudiante tiene dos mentores: un académico de renombre y un ejecutivo de empresas como Huawei o Tencent.

La teoría se valida contra la realidad del mercado en tiempo real. Así aceleran la transferencia de conocimiento mientras nosotros seguimos con el modelo tradicional de aula.

La ironía más brutal está en la logística, nuestro sector estrella. Presumimos de ser hub logístico con formación de papel y lápiz. Hablamos de puertos mientras el mundo habla de algoritmos predictivos. Sin ciencia de datos aplicada, construimos el futuro con herramientas del pasado.

No todo es sombrío. La Universidad Marista, la Facultad de Matemáticas, y la Anáhuac Mayab impulsan la democratización tecnológica; la Uady explora la ética de la inteligencia artificial. Pero son esfuerzos dispersos. Lo preocupante es que formamos talento que termina trabajando desde casa para empresas extranjeras. La fuga de cerebros del siglo XXI: los jóvenes ni siquiera necesitan irse de Mérida. Las universidades tienen la llave. Necesitamos programas especializados y centros de investigación conectados con la industria local. El modelo chino de mentoría dual podría ser nuestra inspiración.

El “Silicon Maya” no será realidad con buenos deseos y discursos políticos. La pregunta no es si Yucatán puede competir globalmente, sino si queremos hacerlo.

Entre ser el patio trasero tecnológico o construir nuestro propio destino digital, la decisión es nuestra. Y el reloj no se detiene.

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