Presbítero Manuel Ceballos García
“Reconcíliate con tu hermano”
Frente a la ley se manifiestan fácilmente dos actitudes radicalmente distintas o distantes: de aferramiento a la materialidad total de cuanto la ley establece; y de omisión y casi desprecio de la misma. En las primitivas comunidades cristianas ocurrió algo parecido. Para resolver el problema que aquellas actitudes creaban se recurrió, como era lógico, a descubrir la actitud que había mantenido Jesús frente a la Ley. Sus enseñanzas eran tan nuevas y radicales que daban la impresión de prescindir y hasta despreciar la Ley. Piénsese en su actitud frente a la división de los alimentos en puros e impuros, las purificaciones… ¿qué pensaba Jesús de la Ley?
Esa Ley pudo minimizarse en casuística laboriosa, como hicieron los fariseos, cambiando y burlando así la Ley misma. Esto era no comprender la Ley. La Ley, como expresión de la voluntad de Dios, debe ser aceptada en su totalidad. Solo quien la entienda así es más justo que aquellos “justos” de la época de Cristo, los escribas y los laicos piadosos (los fariseos): la justicia de los discípulos de Jesús debe superar esa “justicia” de los escribas y fariseos.
Establecido el principio general vienen las ilustraciones concretas contenidas en las antítesis mencionadas en el texto del evangelio de hoy: aparece por seis veces la frase: “Oyeron que se dijo a los antiguos, pero yo les digo…” La frase prepara al lector para una nueva interpretación. Esos seis temas importantes de la vida que toca Jesús, son: el homicidio, el adulterio, el divorcio, los juramentos, la ley del talión y el amor al prójimo. Hoy escuchamos los primeros cuatro.
Por lo tanto, hoy la enseñanza del evangelio nos recuerda que, en la vida, no se trata solo de una interpretación literal y legalista de la norma, porque eso nos llevaría a decir: “yo no he matado a nadie”, “no he cometido adulterio”, etcétera. Los mandamientos solo son signos esenciales de una actitud interior, por ejemplo, del amor al prójimo que exige el respeto y la ayuda constante, y del amor conyugal que se vive en una consagración y entrega total, permanente.
De este modo, la religión se transforma de la observancia de un código de normas escritas, en una adhesión total de la conciencia y de la existencia. Así, el mandamiento es uno solo, pero abarca todo acto y todo instante de la vida: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
