Las otras víctimas
Rubí A. Briceño Correa (*)
El incremento de víctimas fatales por hechos de tránsito es una triste realidad que va de la mano con el imparable aumento de vehículos en nuestra entidad. A estas cifras se suman otras por los caídos en otro tipo de accidentes, como los que ocurren en el ramo de la construcción y la industria en general, además de los que pierden la vida por crímenes cometidos en su persona… y algunos más que deciden terminar con su propia existencia.
Todas estas muertes repentinas, las que no se dan de manera natural o como consecuencia de alguna enfermedad cuyo desenlace conocemos, dejan más víctimas de las que solemos ver y atender como familia y sociedad.
Para quienes de manera imprudencial ocasionan la muerte de alguien más, algunas veces de un ser querido, inicia un verdadero calvario donde la culpa y las recriminaciones hacen presa de su existencia para casi convertirlos en muertos vivientes. Son víctimas del descuido, distracción o irresponsabilidad propios o de otros, o quizá simplemente de las circunstancias, pero necesitan apoyo y comprensión para aceptar lo ocurrido, aprender de la terrible experiencia y seguir adelante valorando mejor la vida.
Cuando se trata de la comisión de un crimen, el criminal puede arrepentirse o no y sufre el caos en su interior, pero hay otras víctimas además de él mismo y del difunto que ya descansa: los familiares de ambos que luchan por comprender los actos, motivos y razones que derivaron en la tragedia, para luego intentar perdonar; quizá se culpan por no haberlo evitado…
Y lo mismo pasa con un suicidio, la familia no entiende y busca explicaciones y respuestas a mil preguntas que ya no puede hacer.
Ante un hecho como éstos, es común que sintamos tristeza por el dolor de la familia que sufre la pérdida de un ser querido; impotencia por no poder regresar el tiempo y con él la oportunidad de vivir a quien se ha ido; y por supuesto coraje hacia el causante del fatal percance…
Pero casi nunca nos detenemos a pensar en las otras víctimas, esas que son blanco del odio y el rencor de los demás, y, por si fuera poco, de su propia culpa y arrepentimiento, esas que quedan atrapadas, algunas veces para siempre, en esos segundos de horror que ya no podrán evadir el resto de sus días, pero sí aceptar y entender, para perdonarse y ser capaces de seguir adelante.
¿Son víctimas del destino, de las circunstancias o de los designios de una fuerza superior que las hizo instrumentos para cumplir un fin? Quizá simplemente víctimas de su propia imprudencia o de la del otro, de su descuido, distracción o irresponsabilidad al conducir alcoholizados, atendiendo el celular o con la mente en otra parte.
En este orden de cosas, sin duda hay situaciones que escapan de nuestro control, pero también existe la oportunidad de aprender de experiencias ajenas y ajustar a tiempo las medidas de seguridad que reducirán al mínimo posible el riesgo de convertirnos en otra víctima en esta sociedad tan necesitada de comprensión y atención a lo verdaderamente importante.— Mérida, Yucatán.
rubialejandrab@yahoo.com.mx
Psicóloga y periodista
Casi nunca nos detenemos a pensar en las otras víctimas, que son blanco del odio, del rencor de los demás y de su propia culpa…