Juana Bravo Lázaro es impulsora de que la comida mexicana sea Patrimonio Cultural de la Humanidad

Reconocen labor de Juanita Bravo y Rigoberta Menchú

Con un español salpicado del acento purépecha, y una sencillez que contrasta con sus profundos pensamientos, Juana Bravo Lázaro logra, simplemente al escucharla, como lo hace con sus guisos, dejarte satisfecho.

“Por medio de los sabores y olores de la comida se puede llegar a los corazones y lograr la unión y la paz en el mundo”, expresa la cocinera tradicional michoacana.

“Me siento orgullosa, feliz de lo que soy y he logrado, porque soy una mujer que sin ser maestra doy lecciones, en mi comunidad, doy clases de cocina para que no se pierda la cultura y las tradiciones de mi país”, agrega la indígena que ayer, en la jornada inaugural de la edición 17 de la Cumbre Mundial de los Premios Nobel de la Paz arrancó aplausos, ovaciones antes de articular alguna palabra, durante la segunda plenaria “Culturas originarias y paz regional” del evento.

Un medio para la paz

Minutos antes de su participación, Juanita Bravo, como le conocen en casi todo el mundo, sencilla, asequible, acepta hablar unos minutos con el reportero de Diario de Yucatán, y confiesa más allá de cualquier arrogancia que se siente satisfecha, contenta de que lo que hace con su comunidad, donde ofrece clases de cocina, quizás sin tener una dimensión clara de ser representantes de la comida michoacana, que fue nombrada en 2010 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

“Sí creo que la cocina es un medio para que se logre alcanzar la unión entre las personas, respetar a los indígenas y la paz en el mundo”, reitera Juanita.

“Cuando haces una comida, en la cocina es donde se reúnen los abuelos con los hijos y los nietos, con nuestros antepasados, y ahí se habla de paz, de respeto y de la humildad que toda persona siempre debe tener. Y esas enseñanzas son las que hacen que las personas sean unidas, y así se halla la paz, pero hay que pasar de la cocina al mundo para llevar ese mensaje”, indica la originaria de Angahuan, Uruapan, Michoacán.

Distinción inesperada

Juanita, de 60 años de edad, aprende a hablar español en la última década de su vida, pero no necesitó ayer articular palabra alguna para recibir una ovación cuando Paola Rojas, la moderadora de la plenaria, la presentó en los salones 1 al 5 del Centro Internacional de Congresos, sede de la reunión.

Rigoberta Menchú Tum, Premio Nobel de la Paz 1992, también se llevó nutridos aplausos como participante en el encuentro programado, en el que también intervinieron la reverenda Bernice King, presidenta del Centro Martin Luther King, e hija del activista estadounidense; Abdessattar Ben Moussa, representante del Cuarteto de Diálogo Nacional Tunecino, ganador del Nobel en 2015, y Sello Hatang, director general de la Fundación Nelson Mandela, de los que se mencionan en nota aparte.

Sin duda, la que se robó la tarde fue Juanita Bravo, quien cuando la conductora de televisión la mencionó recibió una carretada de aplausos, que se prolongó cuando la mujer, que quedó viuda a los 36 años con cinco hijos a su cuidado, saludó al entusiasta público en su lengua materna, en purépecha: “Muy buenas tardes. Me da mucho gusto estar con ustedes, que están muy contentos, con mucha energía”, tradujo la cocinera tradicional, ataviada, al igual que Rigoberta Menchú, con sus atuendos autóctonos.

La voz de Juanita Bravo resuena en el recinto de la avenida Cupules con calle 62, cuando habla de su historia de vida y de cómo, por medio de un platillo que elabore en el fogón puede contribuir a buscar la ansiada paz global.

“Crecí en medio de la violencia, con cinco hermanos más, con un padre que se emborrachaba y una madre que tenía que ver por nosotros para sobrevivir”, prosigue la cocinera.

Confiesa que no sabe escribir, ni cómo tomar un lápiz y un papel, pero que aprendió a leer por sí misma, y mucho más, ahora es maestra de cocina y también organiza talleres para las mujeres indígenas de su comunidad.

“No soy maestra, pero doy lecciones. Tengo los conocimientos que me dejaron mis antepasados. Se podría decir que aprendí poco a poco de la vida, y por medio de un fogón veo que sí podemos cambiar al mundo”, afirma Juanita Bravo.

Antes de despedirse, la cocinera purépecha, lo hizo a su modo: “Hablo poco español, viajo mucho, conocí África, París y muchos lugares del mundo. Mis tortillas bicolores son mi pasaporte”, apunta orgullosa.

Derechos indígenas

“¿Cómo está Yucatán? ¿Cómo está Mérida? ¿Cómo está México” son las primeras palabras que dedica una siempre sonriente Rigoberta Menchú Tum.

Así como Juanita Bravo cerró la plenaria, Rigoberta comienza el diálogo con un mensaje: “Es un gran honor estar con grandes personajes que dejan huella, como Martin Luther King, mi hermano, mi amigo, la persona que me inspiró”, dice.

La activista guatemalteca subraya que sigue luchando por los derechos de los indígenas, porque destaca que “son constructores de la vida, en la cultura autóctona es donde reposa la sabiduría de nuestros ancestros mayas”.

“Para lograr que haya paz y se respeten los derechos de las personas, sobre todo de las culturas indígenas, debe prevalecer el respeto mutuo, no podemos permitir las injusticias”.

La Nobel de 1992 también habla de los acuerdos de paz que a lo largo de los años se realizaron para que los indígenas se ganaran el respeto y tengan en cuenta sus saberes y conocimientos, una labor en la que asegura que ya comienza rendir frutos.

Pero advierte que la convivencia y el espíritu pacifista no son suficientes para consolidar la paz.

“Se necesitan más que buenas intenciones para alcanzar ese fin y hay que seguir trabajando para ello”, concluye Rigoberta Menchú.— Carlos F. Cámara Gutiérrez

Noticias de Mérida, Yucatán, México y el Mundo, además de análisis y artículos editoriales, publicados en la edición impresa de Diario de Yucatán