El cierre del año suele llegar cargado de emociones encontradas. Hay cansancio, pero también esperanza; hay balances personales y promesas silenciosas que muchas veces no se escriben, pero se sienten. Miramos hacia atrás para entender lo vivido y hacia adelante para imaginar lo que viene. En medio de ese ejercicio, la salud rara vez ocupa el primer lugar, a pesar de que es el punto de partida de todo lo demás.
No siempre es por falta de interés. En la mayoría de los casos es por costumbre. Nos acostumbramos a vivir con prisa, a normalizar el agotamiento, la fatiga emocional, a convivir con molestias que poco a poco se vuelven parte de la rutina. Atendemos trabajo, familia, compromisos y pendientes, mientras el cuerpo queda en segundo plano, como si pudiera esperar indefinidamente.
Desde la mirada médica, el final del año es un momento valioso para detenerse. No para hacer reproches, sino para escuchar. Escuchar al cuerpo, a la mente y a esas señales que se han ido acumulando en silencio. Porque el cuerpo habla, aunque no siempre grite. Lo hace a través del cansancio persistente, de los dolores de cabeza frecuentes, de la falta de energía, del mal dormir, de la presión que comienza a subir o del azúcar que deja de estar en equilibrio. No son detalles menores ni parte inevitable del paso del tiempo; muchas veces son avisos claros.
En una ciudad como Mérida, donde el calor intenso, los horarios prolongados, la vida laboral demandante y ciertos hábitos alimenticios influyen directamente en la salud, cuidarse no es un lujo ni una moda; es una necesidad. Cuidarse no significa vivir con miedo a enfermar, sino vivir con atención. Significa prevenir antes de corregir, revisar antes de lamentar, acompañar al cuerpo en lugar de ignorarlo.
Entre los propósitos que suelen aparecer con el inicio de un nuevo año —hacer ejercicio, comer mejor, bajar de peso, dormir más— hay uno que merece especial atención: realizar una revisión médica general. Es un acto sencillo, accesible y profundamente preventivo. Detectar a tiempo problemas comunes como hipertensión, diabetes, alteraciones en colesterol, anemia o deficiencias nutricionales cambia por completo el rumbo de la salud. Lo que se identifica temprano se puede controlar; lo que se ignora, con frecuencia se complica.
Muchas de estas condiciones no dan síntomas claros en sus etapas iniciales. La persona se siente “bien” y asume que no hay motivo para revisarse. Sin embargo, cuando el diagnóstico llega acompañado de complicaciones, la historia suele ser distinta. Por eso, la prevención sigue siendo una de las herramientas más poderosas de la medicina.
Pero la salud no se limita a cifras, análisis o estudios de laboratorio. También incluye el bienestar emocional. El estrés crónico, la ansiedad, el desgaste mental y la falta de descanso son cada vez más frecuentes y tienen consecuencias reales en el cuerpo. Vivimos en una cultura que valora la productividad constante y que a menudo confunde el cansancio con compromiso. Sin embargo, el cuerpo no funciona en automático. Necesita pausas, descanso y cuidado.
Dormir mejor, establecer límites, pedir ayuda cuando es necesario, hablar de lo que preocupa y permitirnos momentos de calma también es prevención. La salud mental no es un tema secundario ni una debilidad; es una parte fundamental del bienestar integral y merece atención al igual que la salud física.
Cuidarse no implica cambios extremos ni decisiones imposibles de sostener. No se trata de transformar la vida en una sola semana ni de imponer rutinas rígidas que terminan abandonándose. La salud se construye con acciones pequeñas y constantes: caminar un poco más, hidratarse mejor, reducir el consumo de refrescos, comer con mayor conciencia, respetar horarios de sueño, acudir a revisión, cumplir tratamientos y escuchar al cuerpo cuando pide descanso. Estos pequeños cambios, sostenidos en el tiempo, generan resultados reales. No se trata de perfección, sino de constancia. No de hacerlo todo, sino de empezar por algo.
Cerrar el año puede ser más que despedir un calendario. Puede ser una oportunidad para reconciliarnos con nuestro cuerpo, para tratarlo con la misma atención que damos a otras áreas de la vida. Así como se planean proyectos, viajes o metas profesionales, la salud también merece planificación y compromiso.
El inicio de un nuevo año no garantiza cambios automáticos. Lo que sí puede marcar la diferencia es la intención con la que se empieza. Decidir cuidarse es una forma de respeto hacia uno mismo y hacia quienes nos rodean. Porque cuando la salud está presente, todo lo demás tiene un mejor lugar para florecer.
Que este cierre de año nos encuentre más atentos, más conscientes y más dispuestos a escucharnos. Que el próximo año no empiece solo con buenos deseos, sino con decisiones amables y posibles. Porque la salud no es un destino al que se llega, es un camino que se recorre todos los días y nunca es tarde para empezar.
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